domingo, 25 de octubre de 2009

Historia... ¡Historia!... ¿Historia?

Para los historiadores de la ciencia la construcción tipo Whig ha sido casi totalmente rebasada en cualquier estudio serio.

La historia tipo Whig es la que podríamos demoninar como "La Historia de Bronce". Las relaciones de los hechos son certeras, los héroes son héroes, los villanos son villanos y la verdad siempre brilla.

¡Qué belleza!

Y aunque abandonada por los hisotiriadores serios nos gusta pensar en la historia en esos términos. Miles de libros de historia, incluso los oficiales, están repletos de relatos recortados con estas tijeras.

Siguiendo el planteamiento de Foucault (1970) a la historia contemporánea se le han retirado los privilegios que tenía sobre un acontecimiento particular y permitió que se revelaran las amplias estructuras que rebasan temporal y espacialmente a dicho acontecimiento. Sin embargo, pese a que se pretende conservar el núcleo del acontecimiento (cualquiera que el historiador pretenda que sea) es importante que no se pierda la red de acontecimientos de la que forma parte, aunque no pretenda darle una explicación: “Claro está que la historia desde hace mucho tiempo no busca ya comprender los acontecimientos por un juego de causas y efectos en la unidad informe de un gran devenir, vagamente homogénea o duramente jerarquizado... las nociones fundamentales que se imponen actualmente no son más que las de la conciencia y de la continuidad... son las del acontecimiento y de la serie, con el juego de nociones que les están relacionadas; regularidad, azar, discontinuidad, dependencia, transformación...” (Foucault, 1970).

El quid propuesto por Foucault es que los acontecimientos no son tal como una materialidad, ni siquiera incluso como una representación (colectiva o particular), que pueda abordarse plácidamente desde una postura objetiva: “... temo reconocer en él algo así como una pequeña (y quizás odiosa) maquinaria que permite introducir en la misma raíz del pensamiento, el azar, el discontinuo y la materialidad. Triple peligro que una cierta forma de historia pretende conjurar refiriendo el desarrollo continuo de una necesidad ideal” (Foucault, 1970).

Así es que, contextualizando esta perspectiva en la historia de la divulgación científica, ¿podríamos aventurar que su historia, pretendiendo ser objetivos, podría más bien asemejarse a la historia de las disciplinas científicas?

En cualquier historia objetos y discursos se entrelazan para constituir acontecimientos, materiales e inmateriales a la vez.

Parece existir el consenso de que la naturaleza y la justificación de la historia va mucho más allá de lo que se considere evidencia, porque si consideramos la postura de Lorraine Daston, desde que en el hecho mismo se sintetizan procesos, lenguaje, objetos, todo lo que lo constituye se entrelaza como en una red que le da sentido en ese momento y lugar, tanto a sus actores como a los observadores del hecho; para acceder lo más asépticamente posible a estos hechos, entonces, se tendría que reproducir esta red y que el historiador se transforme, si ello es posible, en un observador más del hecho, colocado en ese punto y lugar –no obstante ello tampoco le garantice una “asepsia” absoluta-. Sin embargo, ello es virtualmente imposible, ya que la reproducción integral del contexto acaso se pierda indefectiblemente desde el instante mismo posterior a que el hecho haya acontecido.

¡Ups!

Entonces, ¿dónde queda la historia?