lunes, 27 de septiembre de 2010

Como todos sabemos


Los discursos de divulgación científica se han transformado radicalmente en los últimos tres siglos. Dos de sus factores más relevantes, y más difíciles de seguir, son el lenguaje coloquial (vulgar, común, general, etc.) y el contexto cultural del momento que los ve nacer y difundirse, sobre todo la cultura más generalizada, vaya "la cultura no tan culta".

En los últimos dos siglos el lenguaje científico ha tendido a definir con mucha claridad sus objetivos, sus términos, su contexto, sus actores, ect. La cultura científica, “más científica” al fin, acaso por su mismo origen, tiene una historia mejor reconocida, un vocabulario acotado que sus mismos autores se han ocupado y preocupado en construir, consensuar y finalmente generalizar a través de sus discursos especializados. Además la mayoría de sus discursos quedan finalmente consignados por escrito, por lo que es relativamente mucho más sencillo que se conozcan posteriormente los vocablos, los giros lingüísticos y los sentidos que se le asignan a los distintos conceptos científicos.

Uno de los mayores conflictos con el discurso coloquial, sus contenidos, sus sentidos y su evolución, es que no hay un consenso evidentemente reconocido. No hay congresos en los que las personas comunes y corrientes, los ciudadanos de a pie, nos reunamos y digamos “ahora vamos a decir “clonar” para la acción de reproducir tarjetas de crédito sin autorización y para uso de la delincuencia”. Aunque el término tenga su origen en el terreno científicos su uso ya es más que reconocido no sólo por cualquier ciudadano de a pie, sino que ya está incluido en el ámbito legal, ¡y no tiene nada que ver con la genómica!

Entre los recursos lingüísticos que se emplean con frecuencia en el discurso de divulgación científica se encuentran algunas frases que son literalmente muletillas, oraciones huecas, por obvias o por no tener realmente ningún contenido que agregue nada a lo expuesto en el discurso.

Ana María Sánchez Mora redactó hace algunos años un extraordinario artículo en el que describe, ¡y corrige!, prácticamente todas esas muletillas ("Manual de antidivulgación y sus trágicos efectos").

En los años que llevo revisando discursos de divulgación de diversas épocas en México, aún no había podido identificar en algún artículo antiguo de divulgación científica alguna “muletilla divulgativa”, de las que conocemos actualmente. Ni el siglo XVII, ni el XVIII, ni el XIX. ¡Pues encontré una a principios del siglo XX!

En la revisión de periódicos en la Hemeroteca de Oaxaca me encontré en el periódico “Mercurio” del día viernes 20 de octubre de 1922 una nota de divulgación científica, en una sección denominada “Lecturas populares”. La noticia se encabeza con el título: “El cuerpo humano vale noventa y ocho centavos”. Y en efecto, la noticia es extraordinaria, trata de una conversión de los elementos químicos y los minerales que constituyen al cuerpo humano, y cuál sería su costo y equivalencia en contenidos coloquiales (en 1922), como por ejemplo: “azúcar bastante como para llenar un cedazo”. Hoy ya no sabemos cuánto es un cedazo, pero en ese tiempo era de lo más común utilizarlos y cualquier ciudadano que leyera ese periódico sabía perfectamente “cuánto bulto” hacía dicha cantidad de azúcar. Es un recurso tan coloquial, y tan acotado a Oaxaca en 1922, que ahora no nos es sencillo saber cuánta azúcar tiene finalmente el cuerpo humano leyendo ese artículo de divulgación científica. Para este contenido en particular encontré que a principios del siglo XX había distintos tipos de cedazos, así es que resulta que hoy tampoco sé con certeza a qué cedazo se refería este discurso de 1922. Sabemos que era un pedazo de tela, de uso muy común, pero su trama variaba según el tipo de tela, y también se registran variaciones de acuerdo a la región o al uso que se le daba a dicho pedazo de tela (para harina, para azúcar, para ciertos granos, etc.).

Un artículo más extenso sobre el tema lo publicó la revista “Aprehender”, auspiciada por el Consejo Municipal de Ciencia y Tecnología de Oaxaca de Juárez, en su número 6, de junio de 2010. El artículo que escribí es: “Noticias de ciencia en Oaxaca en 1922” (páginas 8 y 9).

Un detalle singular que habría que agregar a lo ya escrito en ese artículo es que en el texto de 1922 encontré la frase: “Todos sabemos que en cada milímetro cúbico de sangre normal hay cerca de 5. 000. 000 de corpúsculos rojos y ya por eso puede calcularse la enorme cantidad de esos corpúsculos que hay en todo el cuerpo humano.”

La muletilla a la que haré referencia está ubicada precisamente al inicio de la frase: “Todos sabemos”. Las variantes actuales dicen: “Como todos sabemos”, “Como es sabido”, “Como sabemos”, “Como es por todos conocido”, y frases semejantes.

¡Lo absurdo de la frase es que antecede con frecuencia a un contenido que no sabemos! Precisamente por eso nos lo están dando a conocer en un discurso de divulgación científica, ¿o no? Si todos lo sabemos, ¿para qué nos lo dicen?

Es una broma ya generalizada entre quienes escribimos divulgación científica repasar estas muletillas y reírnos de nosotros mismos cuando caemos en ellas, pese a que tratamos de evitarlas, porque las consideramos como una evidencia de “divulgación científica rudimentaria”, o como se dijo en algún congreso “divulgación científica silvestre”. Otra frase de este conjunto es: “Desde la más remota antigüedad”.

Mi hipótesis es que lo dicen (en este caso, lo escriben), porque el autor se siente en la necesidad de reiterarlo, como un conocimiento tan relevante que, aunque ya se sepa, tiene que subrayarse; y si no se sabe, es tan importante que debería ser por todos bien conocido. ¿O ustedes qué creen?

miércoles, 22 de septiembre de 2010

¡Feliz Centenario UNAM!



En el tricentenario de la muerte de Cervantes y Shakespeare, en 1916, en una de las portadas del semanario España, reunieron a ambos escritores en una caricatura en la que Don Quijote dice: “Amigo Hamlet admírate y alégrate de las salvas que están haciendo en honor de nuestro centenario”.

Roger Chartier utiliza este ejemplo para hablar, en una conferencia que dictó el 11 de octubre de 2007 (Escuchar a los muertos con los ojos, Katz, 2008, p.56), de cómo la concatenación de ocasiones, circunstancias, personajes, códigos y sentidos muy distintos entre ellos pueden dar la oportunidad de crear encuentros inesperados pero afortunados y productivos.

La Universidad Nacional Autónoma de México ha constituido un gran crisol de muchas corrientes ideológicas, generando con ello otras más nutridas, plurales e incluyentes. Ha procurado durante décadas, y lo ha logrado en algunas ramas, ser la promotora de redes de investigación, educación y extensión de la cultura entre todas las universidades públicas, estatales e incluso privadas del país, y ha extendido estas redes a otros países.

La ciencia y su divulgación también han sido parte de sus proyectos punteros. El Programa Experimental de Comunicación de la Ciencia (PECC), creado en la UNAM en 1977 por el Dr. Luis Estrada, es hasta donde tengo conocimiento el primer programa de divulgación científica instalado institucionalmente en una universidad en toda América Latina. Si la oficina contaba con sólo un puñado de personas que hacían de todo, es lo menos importante ahora, lo cierto es que ese programa creció y se presentó luego como el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia (CUCC) el 19 de abril de 1980. No sólo eso, muchos programas de divulgación científica, aún hoy, se vinculan orgánicamente dentro de sus instituciones con sus áreas de extensión de la cultura, o incluso de difusión y relaciones públicas. No es motivo ahora repasar los pros y contras de las estructuras internas dentro de las universidades, sólo acoto que el entonces CUCC se integró a la Coordinación de la Investigación Científica (CIC) de la UNAM. Hoy es la Dirección General de Divulgación de la Ciencia y sigue siendo parte de la CIC.

Organizaciones asociadas a la divulgación de la ciencia en México también han tenido una estrecha vinculación a la UNAM, porque muchos de sus fundadores fueron o están intrínsecamente relacionados con la UNAM. La Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica A.C. (SOMEDICyT) y la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología (SMHCT), por decir sólo un par, están estrechamente vinculadas a la UNAM. Una gran gama de muchas otras asociaciones, agrupaciones, sociedades y gremios científicos no sólo enlazan gran parte de su historia con la de la misma UNAM, le deben incluso su origen y pervivencia.

Encuentros inesperados muchos de ellos y también muchos, muchísimos encuentros que a la postre han germinado y proliferado para bien en México, en América Latina, y por qué no decirlo, incluso en el mundo.

¡Feliz Centenario UNAM!

¡Goyas y salvas en tu honor!

lunes, 20 de septiembre de 2010

Memoricidio

Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares...
... Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios.

Octavio Paz
El laberinto de la soledad, p.10



Pasadas las grandes festividades del 15 y 16 de septiembre, escritas y publicadas decenas de columnas, como el “Bicentenario Disney”, los distintos matices de las críticas en los medios ha sido muy nutrida. Algunas encuestas sin mayores pretensiones que se transmitieron en la televisión comunicaron que un gran porcentaje de su público estaba satisfecho con lo realizado, principalmente en el centro de la Ciudad de México.

Yo asistí al desfile del día 16 de septiembre. A la altura del Metro Hidalgo durante más de una hora reinó el caos. Según un granadero que permaneció muy cercano fue por la falta de planeación y la ausencia de coordinación entre los organizadores por parte de la milicia y de la policía. Familias enteras que habían respetado las vallas colocadas desde el día anterior, y que tenían un lugar desde la madrugada, fueron drásticamente desplazadas por oleadas de asistentes ávidos de obtener el mejor lugar. Ello aconteció a las 9:30 horas, muy poco tiempo antes del inicio planeado del desfile y cuando era prácticamente imposible tener un control sobre tantas personas. Considero plenamente aceptable la indignación de quienes habían esperado pacientemente desde la madrugada.

Abordar la historia puede tener un paralelo equiparable con este sencillo y acaso insignificante hecho. Quienes tuvieron la posibilidad de pagar una habitación con vista a Reforma en alguno de los hoteles ubicados sobre esta vía, o quienes contaron con la opción de tener una buena ubicación (sobre todo quienes trabajan en los medios de comunicación) tuvieron una vista espectacular del desfile, así como los afortunados que se colocaron en otro sitio, cierto es, fue una situación azarosa. La crónica de cualquiera de ellos puede ser legítimamente positiva. Mi crónica, y la de decenas de personas cercanas a mí, no sería tan festiva, y también, con razón.

Ambas posturas son aceptables.

Asumiendo que la historia implica acontecimientos, Michel Foucault argumentó que los acontecimientos no son como una materialidad, ni siquiera incluso como una representación (colectiva o particular), que pueda abordarse plácidamente desde una postura objetiva, cito: “... temo reconocer en él (el acontecimiento) algo así como una pequeña (y quizá odiosa) maquinaria que permite introducir en la misma raíz del pensamiento, el azar, el discontinuo y la materialidad. Triple peligro que una cierta forma de historia pretende conjurar refiriendo el desarrollo continuo de una necesidad ideal” (Foucault, 1970).

Cualquier acontecimiento histórico es una amalgama compleja de procesos, lenguajes, objetos, todo lo que podríamos denominar como evidencias para reproducir una red de sentidos que haya constituido un acontecimiento pasado, acaso perdido indefectiblemente desde el instante mismo de haber sucedido. La necesidad ideal es actual, siempre es actual. La historia se construye aquí y ahora y puede tener muchos filtros acotados por diversas circunstancias. La única manera que considero viable para hacer una historia más completa es que se cuente con las estructuras necesarias para que se expresen todas las versiones de un mismo hecho.

En múltiples programas televisivos se revisó la historia de México con prácticamente los mismos personajes y desde casi los mismos ángulos, acaso se incluyeron algunos visos distintos, pero no podríamos admitir que se hizo un acercamiento plural. La pluralidad debería de haber permitido todos los acercamientos posibles, nosotros decidiríamos con qué versión nos quedamos, pero no hubo los suficientes foros para todos los acercamientos plurales sobre un acontecimiento que nos incumbe a todos, los hechos de la Independencia y la Revolución en México, nuestro país.

En una conferencia que dictó en Bellas Artes hace mes y medio Ruy Pérez Tamayo afirmaba que tristemente en México la ciencia aún no tiene tradición. Considero que se aplica el mismo juicio a su divulgación, y a muchos otros aspectos de nuestra historia. Existen garbanzos de a libra, personajes portentosos, proyectos que viven prácticamente mientras sus impulsores viven, después, como aquellos, fallecen.

Nuestra historia constituye nuestra identidad, y como tal, conlleva mucho más que una fiesta y un somero repaso sobre ciertos acontecimientos históricos acotados y decididos por quienes no sabemos cómo y por qué lo hacen.

Fernando Báez, ensayista y novelista venezolano, mejor conocido por sus disertaciones en torno a la destrucción de los libros, ha difundido ampliamente el término memoricidio para designar todas las acciones alienantes o abiertamente anulantes de la libre circulación de la memoria cultural de un pueblo, representado principalmente por sus acervos conservados en papel.

En una mesa redonda compartida con dos amigos, extraordinarios historiadores (¡ellos sí son historiadores!, yo nunca me he jactado de ello, aunque lo haya estudiado, no profesionalmente), Carlos Ortega y Socorro Campos, compartimos comentarios sobre el estado de nuestros archivos históricos. Yo, apenas hace unos meses, revisaba el fondo histórico de la Hemeroteca de Oaxaca, que hace un gran trabajo con el poco presupuesto que cuenta. Socorro también recién había revisado documentos originales en la Secretaría de Educación Pública, en archivos históricos que tienen tan pocos recursos que no sería extraño que se pierdan en breve. Un becario que me auxilió durante algunos meses me narraba el lamentable caso de algunos archivos de la Fototeca Nacional, ubicada en Pachuca, Hidalgo, que posiblemente sufrieron daños irreversibles debido que no se encontraban resguardados en las mejores condiciones y las grandes avenidas de agua de una tormentosa lluvia ingresaron en el recinto. El descuido en el que institucionalmente se tienen (porque muchos no se conservan realmente), los archivos históricos mexicanos es un tipo de memoricidio del que ni siquiera somos conscientes. Porque nuestros archivos y memoria son más que los documentos firmados por los héroes políticos reconocidos y validados hoy por hoy.

Del enorme presupuesto destinado a la conmemoración del bicentenario, ¿cuánto se destinó o se destinará a estos archivos que son su fuente primaria? Después de pasadas las fiestas, ¿se acabó el motivo para cuidar y preservar adecuadamente nuestros acervos históricos? ¿O sólo se cuidan y preservan los que les interesan a quienes cuentan con el poder y los recursos? Parecería que no tenemos tradición ni para preservar nuestra propia historia. Releer el capítulo “Todos los Santos, Día de Muertos” de la obra de Octavio Paz El laberinto de la soledad es dramáticamente revelador al respecto de nuestra tradición de hacer fiestas.

Y está bien que hagamos fiestas, un bicentenario nunca se repite, es cierto… pero que no sea lo único que se haga con los escasos recursos con los que se cuenta.

¿Acaso nuestra única gran tradición es hacer fiestas?

Carlos Monsiváis recogía en Lo marginal en el centro una cita de Scott Fitzgerald, novelista estadounidense: “La verdadera prueba de una inteligencia superior es poder conservar simultáneamente en la cabeza dos ideas opuestas, y seguir funcionando. Admitir por ejemplo que las cosas no tienen remedio y mantenerse sin embargo decidido a cambiarlas”.

Aún considero que los más de ciento diez millones de mexicanos tenemos una inteligencia muy superior a la que nos han adjudicado propios y extraños, en nuestro propio país; de otra manera no explicaría nuestra sobrevivencia pese a todos los aciagos acontecimientos que caracterizan nuestra historia, porque aún creo que la gran mayoría seguimos decididos a cambiar nuestra actual realidad.

Ojalá dentro de cien años ya se hayan nutrido otras incipientes, positivas y reconocibles tradiciones mexicanas que nuestros actuales héroes alimentan contra viento y marea.

¡Ojalá!