domingo, 24 de abril de 2011

La divulgación de la ciencia y los valores morales, ¿o religiosos?


Escribí antes sobre el divulgador de la ciencia mexicano José Joaquín Arriaga.

En el pequeño libro que tengo de la colección “La ciencia recreativa” (¡del que hay tanto que estudiar, y dispongo de tan poco tiempo para ello!¡ah, qué pena!), encontré una pequeña reflexión que les quiero compartir.

El libro es sobre zoología. La sección dedicada a la malacología la inicia con “La vida de una perla”. Las partes que conforman este texto son:

I Los placeres de perlas
II El molusco y la perla
III Los mineros del mar
IV Las perlas de Cleopatra

La sección II inicia así:

“No hay que dudarlo, el lujo es el verdugo del hombre, el monstruo insaciablemente voraz que sacrifica sin piedad vidas y haciendas para ostentar su deslumbrante brillo ante las miradas del mundo, como la serpiente y el lagarto hacen á la luz del sol el reflejo falso y engañador de sus pintadas escamas. El lujo, sí, pide al pobre africano el sacrificio de sus afecciones de familia y de la amada libertad de que gozaba en sus fértiles campos y á la sombra de su cabaña, para que encadenado vaya al otro extremo del mundo á buscar el diamante de límpidos reflejos. El lujo, inexorablemente exije al minero que baje rodeado de peligros á las profundidades de la tierra para pagarle su tributo en oro deslumbrante, en magníficas ametistas, en esmeraldas y rubies, y manda imperiosamente al infatigable, pero desventurado buzo, que descienda á las oscuras y temerosas mansiones del Óceano, para que de allí le traiga aun con peligro inminente de su vida el coral purpúreo, la esponja de tejido delicado y la perla de rosado oriente. No era posible, pues, que el hombre fuera feliz, careciendo de esos deslumbrantes cristales de carbono, de siliza y de alúmina, y que habría sido realmente desgraciado, sin poseer esos magníficos glóbulos de carbonato de cal y gelatina que por misterioso procedimiento son elaboradas entre las valvas ó los órganos de un animal á primera vista repugnante. Su felicidad, por tanto, no podía limitarse á los nobles gozos del espíritu y á los dulces afectos del corazon; y para llegar a la suprema ventura, preciso le era lucir en su propia persona los riquísimos colores del plumaje del colibrí, y el polvo de lapizlázuli y de oro que lleva en sus ténues alas el efímero y fugaz insecto… He aquí hasta dónde conduce el ardiente fuego de la codicia. Y desdeñando, como dice un sabio naturalista, los verdaderos tesoros que liberal y abundantemente la Providencia ha puesto en nuestras manos…”.

Aparte de los aspectos gramaticales propios del español mexicano del siglo XIX (algunos acentos y grafías que hoy consideraríamos mal escritas), el discurso en sí es magnífico como una muestra de todo el entramado que envolvía a la ciencia mexicana del siglo XIX, y por supuesto, a su divulgación.

El discurso hoy parece más un auténtico tratado de moral para evitar caer en un gravísimo pecado: la avaricia, ¿dónde se supone que está la divulgación de la ciencia? De las 328 palabras que capturé en la cita que les comparto muy pocas podrían considerarse realmente científicas. Además, los vocablos científicos que aquí utiliza Arriaga no tienen una finalidad claramente científica, porque no se utilizan para argumentar tal o cual hecho científico, la sección del discurso expuesto se asemeja más bien a un sermón religioso, moralista y ético, por cierto muy comunes (y apreciados por el público) durante el siglo XIX y principios del XX.

Sólo algunos detalles más, las cursivas en “realmente desgraciado”, son del autor. Así está en la publicación que tengo a la mano, original, del mismo siglo XIX. Del mismo modo el que “Océano” y “Providencia”, estén escritas con mayúsculas al inicio, también son decisiones del autor (¡me encantan estos descubrimientos!). Esto bien podría considerarse porque el autor supone de igual importancia denominar así, con mayúscula, a la Divina Providencia, que al Océano. En ese tiempo también se usaba escribir "Ciencia" con mayúscula.

Lo interesante es que le elimina a la “Providencia” lo de “Divina”, una denominación religiosa, particularmente del cristianismo y específicamente del catolicismo, tan arraigado en México y tan particularmente relevante en la cultura mexicana del siglo XIX.

No sé de cierto si el autor pretende “cientificar” un poco más su discurso eliminando el “Divina” de la “Providencia”… permítaseme la libertad de usar “cientificar”.

Por otro lado, la eliminación del “Divina” también puede ser que el autor respetó cabalmente la cita que hace de Mangin, porque “Providencia” se incluye en una frase que Arriaga adjudica a un naturalista francés… porque, vamos a un último detalle…

Arriaga hace referencia a un “sabio naturalista”. El mismo texto tiene una nota (la número 2), que señala al final de todo el documento: “Mangin”. Se refiere a Arturo Mangin (1824-1887), de origen francés. Hombre de ciencia muy apreciado por aquellos tiempos, en toda América Latina, no sólo en México. Carlos Prince lo menciona por ejemplo en su obra “Origen de los indios de América” (1915), como una referencia relevante. Carlos Prince (1836-1919) fue un destacado cronista, historiador, biógrafo y lingüista, de origen francés que se arraigó en Lima, Perú, a la que consideró su patria adoptiva.

Lo interesante en la referencia que hace Arriaga para invocar al “sabio naturalista” es que no lo utiliza para avalar una aseveración científica, dice: “Y desdeñando los verdaderos tesoros que liberal y abundantemente la Providencia ha puesto en nuestras manos…”, ¡es una aseveración eminentemente moral! No sólo eso, ¡es católica! Y no es gratuito que Arriaga ponga en "boca" de semejante "sabio naturalista" esta aseveración, porque su fuente en cuestión es francesa, la fuente científica reconocida en ese periodo, de hecho prácticamente todos los conocimientos "valiosos" venían de Francia. No la toma de un inglés, ni de un alemán, ¡menos de un norteamericano! Todavía pesaba entonces sobre los "gringos", el estigma de ser los invasores de México, y quienes le "robaron" gran parte de su territorio.

Hoy podría escandalizar a muchos (¿o a todos?), este tipo de “mezclas” entre valores éticos y morales que consideramos eminentemente religiosos, católicos en particular, y los valores éticos y morales que le son propios a la ciencia, y a su divulgación, si es que se pueden argumentar tales… pero siempre acabamos, o mejor dicho, nunca terminamos de deshilvanar aquí el hilo discursivo de un tema que nos lleva a mil más.

Al exponer este asunto no estoy avalando, demostrando, convenciendo, ni pretendiendo argumentar en pro, o en contra, de algo o de alguien, sobre la eterna discusión de las creencias religiosas opuestas, o unidas, a la ciencia, o a los valores éticos y morales que alguna de ellas -la ciencia o la religión-, se suponga que tengan o deban tener. Simplemente me gusto esté tema para compartirlo hoy, porque es Domingo de Resurrección, así es que a todos ¡Feliz Pascua!

¡Hasta la siguiente entrega!

(En la imagen, lámina con la que se inicia la publicación de Arriaga “Malacología”. Es una litografía de Iriarte, “Pesca de la Perla”. Se observa a un par de negros sumergidos en el océano colectando perlas).

jueves, 21 de abril de 2011

Maestros y artesanos (IV y final... ¡la pecaminosa envidia!)



La santa envidia no existe, así que tendré que confesarlo, aquí en público, porque es Jueves Santo… ¡me muero de la envidia cada que veo a las pequeñitas que estudian ballet! En específico las niñas que toman curso una hora antes en el mismo salón del Taller Coreográfico, al que asisto a clases.

Los enormes salones con espejos de piso a techo, pisos de madera y barras, brillan con la luz de las niñitas que pueden mover sus cuerpos con una soltura impecable. Me siento absolutamente torpe, inepta e inferior junto a ellas; incluso junto a mis compañeras de clase. Nuestra joven instructora me permite hacer algunos de los ejercicios de manera un poco distinta a lo que señala la norma, o de plano me indica que no los realice, como el grand plié, lo justifica ante mis rodillas operadas – y seguramente mi edad, aunque discretamente calla al respecto –, pero no me perdona el relevé bien hecho, por supuesto, sin sujetarme a la barra (¡faltaba más!).

No espero llegar a las grandes compañías de ballet. Por más empeño que imprima en la danza, el Bolshoi no lamentará mi ausencia. Con el breve tiempo que llevo ya puedo notar una postura ligeramente diferente, movimientos más calculados, acaso incluso posiciones que me ayudan a embarnecer ciertos músculos muy específicos y finos, en las pantorrillas y los pies, así puedo cargar de menos peso directamente a las articulaciones, lo cual me ayuda bastante ¡Ah… pero las perennes mañas! Acaso me consuela el saber que al menos aprenderé la técnica para reconocer mis propios “callos posicionales” de los cuales no podré librarme nunca, sabré cómo limarlos y mantenerlos a raya.

Las clases de ballet para las pequeñas de menos de 10 años no fueron comunes antes del siglo XIX. Antes de ello se iniciaba tarde en la danza. Con el tiempo se percataron que entre más pequeños se iniciaba mejor era el resultado. De la misma forma, los primeros salones para aprender ballet no eran como los actuales.

Un par de amigas me comentaron que les pareció algo inapropiado que mencionara, en la primera entrega de este ciclo, maestros y artesanos, el sitio “Pendejadas en El Imparcial (y otros medios noticiosos)”.

Uno de los argumentos iba en el sentido de que el primer ejemplo que coloqué

VANDALISMO Y DROGADICCIÓN

Se respira en la colonia San Juan


no era culpa de la reportera, ¡y es cierto! Jeanneth Jiménez tendría toda la razón en reclamarle airadamente a la editora, o al formador de la página, o cualquier otro dentro del periódico, que dada la disposición incorrecta del título éste se malinterpretara. Por otra parte, los mismos editores del sitio no siempre tienen la razón sobre los argumentos que esgrimen para sustentar que una falta es tal, e incluso ellos mismos cometen algunas; también es cierto, este sitio en Facebook que se dedica a recopilar errores, puede considerarse ofensivo desde el título, así como el estilo que muestra al poner el dedo sobre la llaga. Los “buenos modales” pueden discutirse, pero no hay duda, si el dedo puede ponerse sobre la llaga (suave o bruscamente), es simplemente porque la llaga existe. Un hecho impepinable, como diría Sergio de Regules.

Personalmente considero digno de encomio el que alguien tenga el tiempo y la disposición de recopilar tanta información útil para cualquier estudiante de redacción, y maestros vinculados; no se diga la enorme utilidad para periodistas, editores, comunicadores, etc., para conocer lo que no debe hacerse. El sitio parece no haberle sido de utilidad hasta el momento al mismo personal de “El Imparcial”. Ojalá después. En algún momento mencioné, siguiendo a Pirandello, lo útil que es ponernos un espejo enfrente. Las bailarinas en ciernes, e incluso profesionales, los tienen enfrente, siempre. Los salones para entrenar y aprender ballet se llenaron de enormes espejos desde el siglo XIX. Enormes, claros, nítidos… reveladores. En el mismo sentido, el sitio que selecciona los numerosos errores de “El Imparcial” bien se podría considerar un espejo para los profesionales del periodismo. No es perfecto, pero es el que hay por ahora… ¿escupiremos irritados ante lo que muestra?

Comentaba, en la segunda entrega de esta serie de cuatro, lo importante que es la redacción básica, antes de incursionar en la divulgación de la ciencia escrita. Los reporteros de “El Imparcial” no están solos – y no lo escribo para que lo tomen como un consuelo, bien dice el dicho: “Mal de muchos…”–. No sé si es un fenómeno de la juventud actual, pero leo en muchos jóvenes que llegan a nuestra dependencia, en la UNAM, como becarios, que su redacción es muy deficiente. Con frecuencia no pueden estructurar coherentemente una idea... redondita, nítida, resplandeciente. No importa si es simple o compleja, nueva o reusada, de ciencia o de cualquier otra cosa. Se les dificulta mucho acotar una idea. Si ese tipo de marañas semánticas no son propias para una obra literaria, que se supone más libre y expresiva, mucho menos lo es para algún género periodístico o para la divulgación de la ciencia.

Por si fuera poco hay un asunto más con la divulgación de la ciencia escrita, y permítanme divagar un poco más en otra idea (prometo desarrollarla ampliamente en las siguientes entregas... ¡hablando de marañas semánticas! ¡Bien me pueden considerar al burro hablando de orejas!).

Hace unos días, en una conferencia que dictó el Dr. Rafael Guevara Fefer, historiador de la ciencia, planteaba ciertos aspectos técnicos y problemáticas actuales de esta rama de estudio. Una de sus afirmaciones fue reveladora: “La historia de la ciencia tiene un proceso de mímesis con la ciencia”, en el desarrollo de la idea destacó como en muchas ocasiones incluso se pone por encima de la historia a la ciencia misma, cuando lo que debe hacerse, primero que nada, es historia. ¡Qué luz! La divulgación de la ciencia debe de tener exactamente el mismo proceso. Nos concentramos tanto en la ciencia misma que ponemos en segundo término a la divulgación y aseveramos por ejemplo que la divulgación es una "traducción intralingüal” del discurso científico o que la “verdad” que muestre la divulgación de la ciencia “debe ser” tan impecable como la “verdad científica” que divulga (si es que dicha verdad existe), y cuestiones por el estilo… ya no sacudiré más las ramas, por ahora.

La otra cuestión es que las grandes disciplinas, como el ballet, se han forjado a partir de mucho, mucho, mucho tiempo. En la conferencia del Dr. Guevara Fefer comentaba como ni siquiera de la biología se puede hablar como de una disciplina con “tradición”. El término “biología” se “asentó” como tal formalmente hasta el siglo XIX. Darwin, Linné, Humbolt, Buffón, Cuvier… ¡ninguno se reconoció a sí mismo como biólogo! No obstante que sus escritos e investigaciones se consideren fundamentales para la actual biología y su historia.

¿Así es que qué podemos esperar de la divulgación de la ciencia, tan joven, tan unida a la ciencia y con tan pocos “profesionales” y "maestros" en su novel disciplina?

Creo que hay varios aspectos que se tienen que abordar: el primero es precisamente sobre la consolidación de los maestros en los diversos campos de la divulgación de la ciencia; una cuestión de profesionalización de una disciplina que mucho tiene que ver con cuestiones laborales, además de preparación escolarizada. La otra cuestión es no tenerle miedo al espejo; es cierto que en ocasiones es incluso impactante reconocer que la imagen torcida y fea que tenemos enfrente es la nuestra… pero tenemos que verla para saberlo, y para corregirlo. Un tercer asunto tiene que ver con el desarrollo mismo de la disciplina de la divulgación de la ciencia, así completo: divulgación de la ciencia, sin que sea sierva ni de la comunicación (divulgación), ni de la ciencia, un asunto teórico en el que aún tenemos mucho trabajo qué hacer. Y un cuarto y último, porque es un campo al que le tengo especial afecto: es imprescindible conocer y reconocer nuestra propia historia en la divulgación de la ciencia, porque sólo así podremos conocer y reconocer nuestra tradición ¿Qué saben los mismos divulgadores de José Joaquín Arriaga, Jesús Díaz de León, Carlos de Sigüenza y Góngora, José Ignacio Bartolache? De algunos sólo se sabe que existieron, como Alzate. Es muy lamentable que en los cursos que he dictado a quienes pretenden dedicarse a la divulgación de la ciencia no sepan ni de la existencia de los más destacados divulgadores de la ciencia contemporáneos a nivel mundial, Carl Sagan o Isaac Asimov, ya no se diga de alguno de los divulgadores o periodistas de ciencia de siglos pasados, en lengua española… retomo de nuevo al Maestro José Sapién: “Quieren escribir cuento, ¡empápense de cuentos!...”… quieren escribir divulgación de la ciencia, ¡empápense de divulgación de la ciencia!... ¡no sólo de ciencia!... porque ese discurso, ese lenguaje, el científico, es otro, con peculiaridades que la distinguen del lenguaje y discurso natural… pero eso es harina de otro costal.

¡Feliz fin de Semana Santa!




(En la imagen: “La clase de danza", de Edgar Degas, c.1874 - óleo sobre lienzo, 83.2 x 76.8 cm - Musée d’Orsay, Paris -).

lunes, 18 de abril de 2011

Maestros y artesanos (III)


El Estadio Héctor Espino, en Hermosillo, Sonora, tenía una capacidad para 10 mil aficionados cuando se inauguró, en 1972. Ahora puede albergar hasta 15 mil.

Hace pocos días el contador de este blog indicó que había llegado a la visita número 10 mil. Algunos de esos visitantes han tenido la gentileza de hojear algunas de estas páginas por primera y última vez, otros se han quedado. De cualquier manera, a todos, ¡muchas gracias!

Los sistemas de seguimiento aunados al blog me permiten saber de qué sitios geográficos ha sido visitado el sitio, cuál es la estadística por día, por semana o por mes, y por medio de qué vocablos ha sido encontrado el blog. Sorprendentemente me percato que la palabra “pulque” aunada a “ciencia” ha traído con frecuencia a muchos cibernautas; así es que tendré que escribir más, (¡pero mucho más!), sobre el pulque… aunque en realidad prefiera el aguamiel.

Creo que mis maestros de la Escuela de Literaturas Hispánicas, en la Universidad de Sonora, estarían orgullosos de que una de sus alumnas llene la casa de “Los Naranjeros”, el equipo de béisbol de Hermosillo, aunque sea virtualmente y de poco en poco, en cosa de más de dos años; al fin, 10 mil son 10 mil, ¿no?

En estos días en los que en los que las jacarandas en flor tapizan calles y banquetas de la Ciudad de la México, con un morado intenso (¡el color de la cuaresma!), se me vienen a la memoria los maestros que ya nos han dejado: Darío Galaviz Quezada, José Sapién Durán, Völker Schüller Will y Abigael Bohórquez. Espero que Josefina de Ávila Cervantes siga dictando tan extraordinarias cátedras de vida.

Mis primeros maestros en letras fueron mis padres. Si algo nunca faltó en casa fueron los frijoles que limpiar junto a mamá y los centenares de libros de todos tamaños, títulos y colores, que nos permitían ver libremente, siempre que los utilizáramos con cuidado. Jamás hubo un libro rayado, con hojas arrancadas o duramente golpeado. El uso continuo separaba las pastas de las enciclopedias, pero sólo era eso, como la Salvat (la de tomos delgaditos rojos), y la Credsa (de tomos cafés y gruesos).

Ya en la Universidad de Sonora, José Sapién Durán me dictó cursos de composición y español superior. Aplicaba varios exámenes a lo largo del semestre, al término del cual, uno por uno, cada estudiante pasaba solo con él, escuchaba cuál era el promedio de la calificación de dichos exámenes, y luego preguntaba: “¿Usted qué calificación cree que merece?”. Se decía que nunca había dado un diez. No lo sé de cierto. La historia suena a leyenda. Lo que sí es cierto es que mis exámenes de ortografía no eran los mejores, y no porque tuviera mala ortografía, sino porque aún hoy desconozco algunas reglas gramaticales, y lo único que puedo argumentar que explique el que tal o cual palabra se escriba con acento o sin él, o con “c” o “s”, es que la correcta se “ve bien”, y la incorrecta “se ve fea”. Así de simple. Así es que cuando yo respondí que me merecía un diez de calificación el Maestro Sapien me miró con asombro y reconvino, “¿por qué se merece esa calificación, si sus exámenes no fueron excelentes?”, “Porque escribo muy buenos cuentos”, respondí ufana. ¡Por supuesto que no escribo, ni escribiré, los tales buenos cuentos! Pero acaso la insensatez de mi respuesta, o mi niño de tres años que rodaba por los pasillos de la escuela en su patineta, me valieron un diez. José Sapién aseguraba: “Quieren escribir cuento, ¡empápense de cuentos!; ¿novela?, ¡llénense de novelas!; ¿poesía?, ¡devoren todo lo que encuentren! Excelso, bueno, malo, regular, pésimo, ¡todo! Ya lo irán cribando con el tiempo y la experiencia”.

¡Darío Galaviz siempre tenía a los galanes más guapos junto a él! No podía pasar desapercibido por donde caminara, su presencia parecía llenarlo todo. Su agudeza con las letras iba más allá de la palabra misma. Gracias a él empecé a escribir en “El Imparcial”, y a hacer mis pininos en diseño editorial. “Pero niña, ¿qué haces con esas cosas?”, me preguntó alguna ocasión cuando ofrecía algunos pequeños bordados que vendía para avenirme algunos recursos. “Ganarías más escribiendo”, me dijo. Y ante mi excusa de no saberlo hacer me animó, “Tú escribe, yo te ayudo”. Mis primeros escritos fueron literalmente masacrados, ¡ni hablar de mis primeros diseños editoriales!: “¡Eso más bien parece diseño trágico!”. Creo que pensaba que la ternura no le iba bien a la verdadera corrección, sus recursos didácticos implicaban rudeza, una respetuosa y cabal sinceridad, áspera y dura.

Por su parte, Völker Schüller Will, de origen alemán, radicado en Hermosillo, desde su gran estatura miraba a mi pequeño y sonreía. Maestro de literatura comparada. Nunca descalificó sin más el gusto de nadie por autores que desconociera. “Es que la literatura es tan vasta, que no nos alcanzaría la vida para conocerla”. Cuando le propuse hacer un trabajo de literatura comparada entre un autor italiano y Juan Rulfo dijo tranquilamente: “¿Quién es ese Giovanni Guareschi?”. Escuchaba paciente. Su delgada y larga figura parecía inclinarse cortésmente hacia uno. Me indicó los lineamientos del trabajo y me pidió un apartado en el cual tendría que presentarle al desconocido autor. Podía conocer al autor que uno le presentara, siempre estaba presto para aprender, ¡y por eso sabía tanto!

Abigael Bohórquez abrazaba a mi pequeño y lo sentaba en sus piernas. Sus lecciones parecían más de vida que de literatura, ¡pero a la postre fueron tan útiles para ambas!

¡Qué decir de Josefina de Ávila Cervantes! No sé de cierto si la filosofía didáctica que conocí de ella fuera la constante en toda su trayectoria académica. Recuerdo el “No califico esfuerzos sino resultados”, así es que si el resultado era malo, la calificación también lo era, no importaba que argumentáramos que nos habíamos esforzado tanto y que teníamos tantas complicaciones personales y familiares. Sin embargo la calificación final final que otorgaba nunca era reprobatoria: “Yo no lo voy a reprobar, que lo repruebe la vida”. Pero eso sólo se sabía hasta el final del semestre. Porque podía ser muy dura, exigente y coherentemente rígida como maestra, pero no supe de nadie que reprobara. Después vería, con el transcurrir mismo de la existencia, que en efecto, el que la vida te repruebe puede ser más duro que cualquier calificación de menos de cinco en la escuela, y con frecuencia, deja más mella.

Hoy quise compartirles un poco de algunos de mis maestros, de quienes no aprendí divulgación de la ciencia, si es que algo sé de ella… ¡pero cómo han sido útiles todas sus enseñanzas, aún ahora, y en la divulgación de la ciencia!

Concluiremos en la siguiente entrega.

¡Feliz inicio de Semana Santa!


(En la foto la Maestra Josefina de Ávila Cervantes)

lunes, 11 de abril de 2011

Maestros y artesanos (II)


La ocasión anterior la metáfora del aprendizaje de la utilización del discurso la inicié con la del aprendizaje del ballet clásico.

¿Por qué no utilizar la salsa, la cumbia, el tango, la quebradita o el “pasito duranguense”? Porque considero que el ballet clásico conlleva la variante que precisamente se requiere para cualquier tipo de danza porque es clásico. En el mismo curso al que asisto por las noches acuden algunos bailarines con experiencia en danza contemporánea, pero han tenido que acudir al ballet clásico porque necesitan tomar (o retomar) los aspectos básicos del ballet.

Con el ballet clásico aprendes desde cómo estar de pie, así de simple y llano, cómo estar “correctamente de pie"; cómo inclinarte "correctamente", ¡incluso cómo caminar! Lo más simple tiene su técnica y para aprenderlo se requiere de toda una didáctica y de todo un proceso que sólo en manos de los expertos es fructífero. La bailarina que nos dicta clase no tiene más que estar de pie para verse con una armoniosa estatua. En sí misma encarna la materia de la cual dicta cátedra.

Mis amigos, Sergio de Regules y Martín Bonfil, han dictado cursos de redacción de textos de divulgación de la ciencia en numerosos foros, entre ellos el Diplomado en Divulgación de la Ciencia que se dicta en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, en la UNAM. Este diplomado, por su estructura, aún con casi tres lustros de haberse fundado, continúa estando a la vanguardia en lo que a capacitación en comunicación de la ciencia se refiere, y pone especial énfasis en la redacción.

Sin embargo existen tan pocos programas como este diplomado, y tan pocos maestros como Sergio y Martín.

Por ejemplo, en el periodismo, la mayoría de quienes se han dedicado a la fuente “Ciencia”, se han “hecho a sí mismos” en el andar mismo de la carrera periodística, o incluso sin la carrera periodística. No creo conocer ningún caso en México de alguien como Carl Sagan o Isaac Asimov que siendo experto en ciencia haya optado por dedicarse a la comunicación, ¡por cierto con gran profesionalismo!

Acaso en lengua española merezcan especial atención Jorge Wagensberg (físico) y Diego Golombek (biólogo), el primero director del Museo de la Ciencia de la Fundación La Caixa, en España y el segundo gran divulgador, quien encabeza la colección “Ciencia que ladra...”, (porque si ladra, no muerde), con ya 17 libros en su haber.

Los antiguos griegos dividían a los artesanos de los maestros. Los artesanos eran un gremio necesario, pero en realidad poco reconocido. Por supuesto era innegable que se necesitara de albañiles, herreros, carpinteros y zapateros; incluso, en los talleres artesanales había un grupo de menor reconocimiento social, los metecos, “simples” empleados de los talleres artesanales. Sin embargo, aún los artesanos podrían aspirar a pulir su técnica y destacarse como “maestros de oficio”. Existe una estela funeraria destinada al zapatero Jantipo, ¡debió haber hecho un arte de su oficio!

Sergio de Regules es físico de formación profesional, Martín Bonfil es químico, farmaco-biólogo, y durante lustros (casi cuatro), han conocido, reconocido, convivido y finalmente se han familiarizado con el entramado de la lengua española, e incluso de la traducción -Sergio durante mucho tiempo tradujo profesionalmente artículos para la popular revista “Selecciones del Readers Digest”-. Sin embargo este camino ¡es demasiado largo!

La joven bailarina que nos educa en ballet para principiantes se ha dedicado a la danza desde niña, y ahora, con nueve años de desarrollo pulcramente dirigido en instituciones especializadas, es capaz de dictar cursos a neófitos anquilosados como yo, que sufrimos con tan solo mantenernos de pie de forma adecuada.

En redacción existen pocos, pero existen, quienes pueden guiarnos desde la comprensión y dominio del discurso más sencillo, la idea más primaria, pero redonda y clara… ¡seguimos en la siguiente entrega!

(En la imagen una de las portadas de la colección "Ciencia que ladra...")

jueves, 7 de abril de 2011

Maestros y artesanos (I)


Estoy tomando clases de ballet. Ballet clásico. De principiante principiante porque jamás había hecho nada semejante. La joven maestra es una bailarina profesional que dicta los cursos en el Seminario Coreográfico Universitario, en la UNAM.

Es increíble que a partir de ciertos ejercicios, que parecen muy sencillos, se sienta el esfuerzo de músculos que no tenía ni idea de que existían, en el metatarso, en la espalda y en los dedos de los pies (¡entre muchos otros!). Además, la didáctica de la instructora es impresionante, es como las buenas madres que parece que tienen ojos hasta en la espalda: “Lupita, levanta los codos”, “Clara, el dedo chiquito en el piso, pegado al piso… todos los dedos en el piso”, “Juan, no te cuelgues de la barra, sólo sujétate”, y cuando escuchamos el “detallito” que está corrigiendo en el prójimo (¡y el próximo!) revisamos nuestra propia postura y ajustamos la espalda, el dedo, el pie, cada dedo, las pompas (sí, las dos), la cadera, el cuello, y todo lo que haya que ajustar.

No sólo es un ejercicio físico, es un ejercicio mental impresionante, porque tienes que pensar: “todos los dedos del pie izquierdo bien plantados en el piso”, e incluso repasas despacito la instrucción y se la dictas a tu dedo “dedo chiquito del pie izquierdo, pégate al piso, ¡ya!”, “codo derecho arriba, muñeca rotada, dedo pulgar en la segunda falange del dedo medio”. Con semejante esfuerzo no puedes, no debes, pensar en nada más que en cada movimiento y posición de un cuerpo que te ha acompañado toda la vida. Entonces, y sólo entonces, te das cuenta de que en realidad no lo has conocido bien y, (¡oh triste realidad!), que nunca lo has controlado realmente.

El cuerpo nos es tan familiar como el discurso. Lo hemos tenido toda la vida, no obstante lo conocemos tan poco. No sólo los utilizamos siempre, más aún, ¡los necesitamos siempre! Seguramente si los conociéramos mejor podríamos hacer mejor uso de nuestro cuerpo y de nuestro discurso. Recalco, utilicé el término “familiar” con toda intención, porque la familiaridad no implica conocimiento profundo de nada.

Existe un sitio en Facebook, “Pendejadas en El Imparcial (y otros medios noticiosos)”. Lo más interesante de este sitio es que quienes lo coordinan encuentran todos los días, (¡todos los días!), notas periodísticas con errores, incluso en la primera plana y en el encabezado de la noticia principal. Han compendiado más de mil hasta el momento. Además las aderezan con fotos muy cómicas, de la más pura ironía.

No son errores que podrían considerarse de apreciación, o de “minucias del lenguaje” que un par de quisquillos (Carlos Mal Pacheco y Fugo Medina) encontrarían en cualquier discurso que analicen, como el guante blanco que repasaba hasta el último rincón de la última repisa de la última alacena del cuarto de los tiliches de una residencia centenaria… donde por supuesto siempre encontrarán polvo.

Los errores son del tipo de titulares como:

VANDALISMO Y DROGADICCIÓN

Se respira en la colonia San Juan

La observación es acertada: “Mal encabezado. En todas partes los seres vivos respiran. Ya sé que se autocompleta con la oración que está arriba, pero no es poesía”.

Otra noticia que tiene como encabezado: “EVOLUCIONA FUGA” y escriben en una parte del texto: “… ya progresó a bache…”. Qué buen ejemplo de cómo NO deben utilizarse ambos vocablos, relacionados con la ciencia: evolución y progreso.

En un curso de redacción para periodistas de la ciencia en ciernes, mi amiga, Mónica Genis, decía algo muy cierto: no es que se diga que los estudiantes de periodismo no sepan escribir ciencia, ni que no les interese la ciencia, ya no saben escribir nada y parece que no les interesa saber hacer bien su trabajo, que es escribir.

En, “Pendejadas en El Imparcial (y otros medios noticiosos)”, es frecuente el comentario, más bien lamento, de quienes siguen el sitio, sobre que quienes escriben en esos medios periodísticos no sólo perciben un sueldo por hacer un trabajo evidentemente mal hecho, incluyendo a los correctores de estilo y a los editores; porque si ese tipo de redacciones salen a la luz pública es porque no sólo una persona, sino toda una cadena de “supuestos profesionales de la redacción y la edición” las dejaron salir a la luz, sin ningún empacho.

No es que todo tiempo pasado sea mejor, pero bien afirmaba Mónica Genis, que cuando ellos estudiaban comunicación los periodistas que se especializaban en tal o cual fuente estaban obligados a saber, por ejemplo, el responsable de la fuente “Política”, todos los nombres de todos los gobernadores de los Estados Mexicanos, diputados de su localidad y entidad, representantes de partidos políticos, fechas de elecciones, y un sin fin de etcéteras de contenidos relacionados con la fuente. El de “Economía” tendría que estar presto a saber las fluctuaciones del mercado, las divisas, las relaciones comerciales nacionales e internacionales, y demás asuntos del mismo ramo.

Pero si los actuales periodistas profesionales de los principales medios noticiosos de los Estados en México no pueden ni siquiera redactar al nivel más básico, que implica ordenar una idea claramente y plasmarla de la misma forma (clara y evidente) para el lector, ¿cómo podríamos pedirles que se especializaran en la fuente “Ciencia”?... es como en las clases de ballet que estoy tomando, creemos que el cuerpo que portamos (en este caso el discurso), que usamos todos los días nos es conocido (¡y dominado!), simple y sencillamente porque lo “traemos cargando” todo el tiempo y lo usamos siempre… se podría considerar lo obvio, ¡pero no es obvio! De esto seguiremos hablando en la próxima entrega.

sábado, 2 de abril de 2011

Cultura futbolera y divulgación de la ciencia (IV y último)


Pues bien, considero que nadie tiene ni la competencia ni los recursos necesarios para revisar la gama completa del término “cultura"... ¡William H. Sewell tiene toda la razón! Afirma en su artículo “Los conceptos de cultura” que la “cultura tiene un principio semiótico estructurante” (p. 9)… también argumenta que la dimensión cultural es autónoma en el sentido de que los significantes que la constituyen… han sido modelados y remodelados por una multiplicidad de contextos diferentes. El sentido de un símbolo transciende siempre cualquier contexto particular, porque el símbolo está cargado de las huellas de los múltiples usos que se hicieron de él en una variedad de otras instancias de la práctica social” (p.10). “La cultura puede ser pensada como una red de relaciones semióticas lanzada a través de la sociedad, una red que tiene una configuración y una especialidad diferentes de las de las redes institucionales, económicas o políticas… por ejemplo en los años cincuentas un particular sentido político del símbolo “rojo” se tornó tan dominante, que el equipo de béisbol de los Rojos de Cincinnati se vieron obligados a cambiar su nombre por el de “Los Medias Rojas” (“The Redlegs”). Este hecho es lo que hace posible –o virtualmente garantiza– que la dimensión cultural de la práctica tenga cierta autonomía con respecto a las otras dimensiones” (p.10).

Cuando apenas me asomé al desarrolló de la cultura futbolera en México, el espacio y los objetivos de este blog, me limitan hablar de toda la gran variedad de “instancias de la práctica social” que influyeron en su consolidación, pero está claro, hoy día, para cualquier néofito inmerso en esta sociedad mexicana futbolera, que incluso cuando se habla de un deporte ello no implica que México sea un país con cultura deportiva… porque esa, la cultura deportiva, no la tiene. Además, casi cualquier ciudadano de a pie conoce y reconoce marcas muy particulares para distinguir al deporte futbol en sí de cuando éste está en el ámbito de lo político, lo económico, del espectáculo e incluso de la publicidad. También sabe con frecuencia como funciona como sistema completo: sus reglas, sus tranzas, qué deben hacer los jugadores, los directores técnicos, los árbitros, los comentaristas, los directivos de la FIFA, cómo intervienen los empresarios… y veinte mil etcéteras más vinculados al futbol.

Sobre el supuesto de que Mario Molina dictara una conferencia en el Estadio Azteca… no sé… los jugadores de futbol deben salir a la cancha a hacer lo que deben saber hacer: jugar futbol, y el público lo sabe, y exige eso, que jueguen bien… los árbitros salen a la cancha a hacer lo que deben saber hacer: arbitrar un partido, y el público lo sabe, y exige eso, que arbitren bien, por eso gritan “¡Expulsación!” cuando consideran que no se han desempeñado adecuadamente. ¿Cuál es la cancha principal del sistema ciencia?¿Quiénes son sus actores y cómo deben participar en el sistema de la ciencia?

Lo que sí me queda claro es que Mario Molina, como científico debe investigar, hacer ciencia, no dictar conferencias en un estadio. Y eso, hacer ciencia, es lo que le valió el Premio Nobel… eso quiere decir que lo hace muy muy bien. ¿Quiénes deben ser los comentaristas dentro del sistema ciencia?¿Quiénes sus críticos?¿Quiénes deben financiarlo? Se publican muchas notas periodísticas sobre la falta de científicos mexicanos, como si ese fuera el único factor relevante para el desarrollo de la ciencia en México. El Sistema Nacional de Investigadores reporta más de 15 mil… ¿pero quién habla de cuántos divulgadores de la ciencia hay?¿Tienen un Sistema Nacional de Divulgadores de la Ciencia que les pague un complemento de sus sueldos, como a los científicos? No. ¿Cuántos habrá, si acaso un millar? Lo que sí estoy segura es que son muchísimos menos que el número de investigadores, y me arriesgo a asegurar que los buenos no llegan ni a un centenar... caramba, creo que ni a cincuenta, porque me precio de conocer bastante bien al gremio a nivel nacional. La gran mayoría tampoco tienen una seguridad laboral como sí la tienen casi todos los científicos en las instituciones de educación superior. Sobre los recursos económicos para la ciencia y su sistema completo en México mejor ni hablamos… de la educación en ciencia… uy, uy, uy… ¡amén de la ciencia en los medios masivos de comunicación mexicanos!

La cultura futbolera en México se consolidó a partir de la intervención en su sistema de múltiples actores y sectores externos al deporte mismo tanto para apoyarla como para criticarla y exigirle que se ajustara a tales o cuáles circunstancias.

“Mientras un hombre vive, vive y no se ve a sí mismo. Bien, pon un espejo frente a él y hazle versea sí mismo en el acto de vivir. O bien se asombra de su propia apariencia, o aparta la vista para no verse, o escupe irritado a su imagen… en una palabra, surge una crisis, y esa crisis, es mi teatro”, escribió Luigi Pirandello.

La cultura futbolera en México creció cuando se le puso un espejo enfrente. A mi juicio no ha crecido más porque no se le ha puesto nuevamente el espejo enfrente. Cuando la selección de Francia, en la pasada Copa del Mundo, demostró un pésimo desempeño y además salieron a la luz múltiples irregularidades, entre las que destacó incluso que su director técnico se valía de la astrología seriamente para decidir la estrategia del equipo, su deplorable actuación hizo que entre la avalancha de declaraciones y acciones la Ministra de Deportes de Francia, Roselyne Bachelot, asegurara que: “"Los actores de este desastre deberán asumir sus responsabilidades"… y las tuvieron que asumir.

La verdad es que no hemos sabido delimitar la cancha de juego del sistema ciencia en México, ni quiénes son sus actores (o quiénes deben ser), ni dónde están (o dónde deben estar), ni qué están haciendo (o que deberían estar haciendo)… pero podríamos tener una buena idea de todo ello comparándonos con los indicadores internacionales… ahora, lo que nos falta es tener a las personas y a las instituciones que tengan los arrestos para ponernos el espejo enfrente, y luego, asumir nuestras responsabilidades… ¡nos urge crear una cultura científica en México!

¡Nos vemos el martes!