lunes, 15 de diciembre de 2008

No hay palabra inocente

En el verano de 1995 los aromas dulces de las mermeladas de capulín y de durazno aderezaron mis primeros estudios especializados a los que tuve acceso sobre el discurso. Bajo la tutela de la Dra. Teresa Carbó, del CIESAS, en la Ciudad de México, empecé a descubrí las entrañas del discurso, porque somos discurso en todo lo que hacemos, o dejamos de hacer, desde siempre. El recién nacido aprende desde sus primeros días cuál debe ser su discurso para sobrevivir. Sobrevivir es la consigna y el discurso es su medio primordial. Aprendemos a gesticular de una u otra forma, a garabatear poses y miradas y luego las complementamos con palabras, de esa manera conseguimos que mamá nos alimente, que papá nos abrace y que obtengamos nuestros más caros deseos, que dicho sea de paso, encarecen y encarecen al paso del tiempo. George Steiner (especialista en lengua y comunicación), en su análisis de la obra de Claude Lévis-Strauss (antropólogo francés), aterriza una conclusión aplastante, considera a todas las culturas como un código de comunicación significante y afirma que para él todo proceso social es una gramática, y prosigue “el lugar del hombre en la realidad es una cuestión de sintaxis, de ordenación de frases”, y es cierto, en definitiva lo único que primordialmente nos define en líneas generales es el discurso. Lo generamos, lo interpretamos, lo reinterpretamos, lo transformamos, le sumamos, le restamos… y nuestro discurso lo es todo, no sólo palabras: una posición, un color, un peinado, un maquillaje, un atuendo, un gesto; incluso interpretamos lo que involuntariamente hay en la realidad o en alguna persona: un atardecer, un amanecer, una paloma, un obeso, un enano, unos ojos grandes, una piel negra o una blanca… somos máquinas de interpretar y la maquinaria funciona a través del discurso. Un bebé sabe desde muy corta edad, aún antes de que pueda emitir cualquier palabra, qué tipo de llanto, sonido o actitud debe tomar si quiere que mamá lo alimente ¿Manipulación o sobrevivencia? ¿Manipular para sobrevivir? ¿O sobrevivir manipulando? Quién lo sabe. Qué definitiva suena la sentencia de la Dra. Carbó cuando explica este proceso, incluso en el más tierno bebé, “No hay palabra inocente”.

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