
Los discursos de divulgación científica se han transformado radicalmente en los últimos tres siglos. Dos de sus factores más relevantes, y más difíciles de seguir, son el lenguaje coloquial (vulgar, común, general, etc.) y el contexto cultural del momento que los ve nacer y difundirse, sobre todo la cultura más generalizada, vaya "la cultura no tan culta".
En los últimos dos siglos el lenguaje científico ha tendido a definir con mucha claridad sus objetivos, sus términos, su contexto, sus actores, ect. La cultura científica, “más científica” al fin, acaso por su mismo origen, tiene una historia mejor reconocida, un vocabulario acotado que sus mismos autores se han ocupado y preocupado en construir, consensuar y finalmente generalizar a través de sus discursos especializados. Además la mayoría de sus discursos quedan finalmente consignados por escrito, por lo que es relativamente mucho más sencillo que se conozcan posteriormente los vocablos, los giros lingüísticos y los sentidos que se le asignan a los distintos conceptos científicos.
Uno de los mayores conflictos con el discurso coloquial, sus contenidos, sus sentidos y su evolución, es que no hay un consenso evidentemente reconocido. No hay congresos en los que las personas comunes y corrientes, los ciudadanos de a pie, nos reunamos y digamos “ahora vamos a decir “clonar” para la acción de reproducir tarjetas de crédito sin autorización y para uso de la delincuencia”. Aunque el término tenga su origen en el terreno científicos su uso ya es más que reconocido no sólo por cualquier ciudadano de a pie, sino que ya está incluido en el ámbito legal, ¡y no tiene nada que ver con la genómica!
Entre los recursos lingüísticos que se emplean con frecuencia en el discurso de divulgación científica se encuentran algunas frases que son literalmente muletillas, oraciones huecas, por obvias o por no tener realmente ningún contenido que agregue nada a lo expuesto en el discurso.
Ana María Sánchez Mora redactó hace algunos años un extraordinario artículo en el que describe, ¡y corrige!, prácticamente todas esas muletillas ("Manual de antidivulgación y sus trágicos efectos").
En los años que llevo revisando discursos de divulgación de diversas épocas en México, aún no había podido identificar en algún artículo antiguo de divulgación científica alguna “muletilla divulgativa”, de las que conocemos actualmente. Ni el siglo XVII, ni el XVIII, ni el XIX. ¡Pues encontré una a principios del siglo XX!
En la revisión de periódicos en la Hemeroteca de Oaxaca me encontré en el periódico “Mercurio” del día viernes 20 de octubre de 1922 una nota de divulgación científica, en una sección denominada “Lecturas populares”. La noticia se encabeza con el título: “El cuerpo humano vale noventa y ocho centavos”. Y en efecto, la noticia es extraordinaria, trata de una conversión de los elementos químicos y los minerales que constituyen al cuerpo humano, y cuál sería su costo y equivalencia en contenidos coloquiales (en 1922), como por ejemplo: “azúcar bastante como para llenar un cedazo”. Hoy ya no sabemos cuánto es un cedazo, pero en ese tiempo era de lo más común utilizarlos y cualquier ciudadano que leyera ese periódico sabía perfectamente “cuánto bulto” hacía dicha cantidad de azúcar. Es un recurso tan coloquial, y tan acotado a Oaxaca en 1922, que ahora no nos es sencillo saber cuánta azúcar tiene finalmente el cuerpo humano leyendo ese artículo de divulgación científica. Para este contenido en particular encontré que a principios del siglo XX había distintos tipos de cedazos, así es que resulta que hoy tampoco sé con certeza a qué cedazo se refería este discurso de 1922. Sabemos que era un pedazo de tela, de uso muy común, pero su trama variaba según el tipo de tela, y también se registran variaciones de acuerdo a la región o al uso que se le daba a dicho pedazo de tela (para harina, para azúcar, para ciertos granos, etc.).
En los últimos dos siglos el lenguaje científico ha tendido a definir con mucha claridad sus objetivos, sus términos, su contexto, sus actores, ect. La cultura científica, “más científica” al fin, acaso por su mismo origen, tiene una historia mejor reconocida, un vocabulario acotado que sus mismos autores se han ocupado y preocupado en construir, consensuar y finalmente generalizar a través de sus discursos especializados. Además la mayoría de sus discursos quedan finalmente consignados por escrito, por lo que es relativamente mucho más sencillo que se conozcan posteriormente los vocablos, los giros lingüísticos y los sentidos que se le asignan a los distintos conceptos científicos.
Uno de los mayores conflictos con el discurso coloquial, sus contenidos, sus sentidos y su evolución, es que no hay un consenso evidentemente reconocido. No hay congresos en los que las personas comunes y corrientes, los ciudadanos de a pie, nos reunamos y digamos “ahora vamos a decir “clonar” para la acción de reproducir tarjetas de crédito sin autorización y para uso de la delincuencia”. Aunque el término tenga su origen en el terreno científicos su uso ya es más que reconocido no sólo por cualquier ciudadano de a pie, sino que ya está incluido en el ámbito legal, ¡y no tiene nada que ver con la genómica!
Entre los recursos lingüísticos que se emplean con frecuencia en el discurso de divulgación científica se encuentran algunas frases que son literalmente muletillas, oraciones huecas, por obvias o por no tener realmente ningún contenido que agregue nada a lo expuesto en el discurso.
Ana María Sánchez Mora redactó hace algunos años un extraordinario artículo en el que describe, ¡y corrige!, prácticamente todas esas muletillas ("Manual de antidivulgación y sus trágicos efectos").
En los años que llevo revisando discursos de divulgación de diversas épocas en México, aún no había podido identificar en algún artículo antiguo de divulgación científica alguna “muletilla divulgativa”, de las que conocemos actualmente. Ni el siglo XVII, ni el XVIII, ni el XIX. ¡Pues encontré una a principios del siglo XX!
En la revisión de periódicos en la Hemeroteca de Oaxaca me encontré en el periódico “Mercurio” del día viernes 20 de octubre de 1922 una nota de divulgación científica, en una sección denominada “Lecturas populares”. La noticia se encabeza con el título: “El cuerpo humano vale noventa y ocho centavos”. Y en efecto, la noticia es extraordinaria, trata de una conversión de los elementos químicos y los minerales que constituyen al cuerpo humano, y cuál sería su costo y equivalencia en contenidos coloquiales (en 1922), como por ejemplo: “azúcar bastante como para llenar un cedazo”. Hoy ya no sabemos cuánto es un cedazo, pero en ese tiempo era de lo más común utilizarlos y cualquier ciudadano que leyera ese periódico sabía perfectamente “cuánto bulto” hacía dicha cantidad de azúcar. Es un recurso tan coloquial, y tan acotado a Oaxaca en 1922, que ahora no nos es sencillo saber cuánta azúcar tiene finalmente el cuerpo humano leyendo ese artículo de divulgación científica. Para este contenido en particular encontré que a principios del siglo XX había distintos tipos de cedazos, así es que resulta que hoy tampoco sé con certeza a qué cedazo se refería este discurso de 1922. Sabemos que era un pedazo de tela, de uso muy común, pero su trama variaba según el tipo de tela, y también se registran variaciones de acuerdo a la región o al uso que se le daba a dicho pedazo de tela (para harina, para azúcar, para ciertos granos, etc.).
Un artículo más extenso sobre el tema lo publicó la revista “Aprehender”, auspiciada por el Consejo Municipal de Ciencia y Tecnología de Oaxaca de Juárez, en su número 6, de junio de 2010. El artículo que escribí es: “Noticias de ciencia en Oaxaca en 1922” (páginas 8 y 9).
Un detalle singular que habría que agregar a lo ya escrito en ese artículo es que en el texto de 1922 encontré la frase: “Todos sabemos que en cada milímetro cúbico de sangre normal hay cerca de 5. 000. 000 de corpúsculos rojos y ya por eso puede calcularse la enorme cantidad de esos corpúsculos que hay en todo el cuerpo humano.”
La muletilla a la que haré referencia está ubicada precisamente al inicio de la frase: “Todos sabemos”. Las variantes actuales dicen: “Como todos sabemos”, “Como es sabido”, “Como sabemos”, “Como es por todos conocido”, y frases semejantes.
¡Lo absurdo de la frase es que antecede con frecuencia a un contenido que no sabemos! Precisamente por eso nos lo están dando a conocer en un discurso de divulgación científica, ¿o no? Si todos lo sabemos, ¿para qué nos lo dicen?
Es una broma ya generalizada entre quienes escribimos divulgación científica repasar estas muletillas y reírnos de nosotros mismos cuando caemos en ellas, pese a que tratamos de evitarlas, porque las consideramos como una evidencia de “divulgación científica rudimentaria”, o como se dijo en algún congreso “divulgación científica silvestre”. Otra frase de este conjunto es: “Desde la más remota antigüedad”.
Mi hipótesis es que lo dicen (en este caso, lo escriben), porque el autor se siente en la necesidad de reiterarlo, como un conocimiento tan relevante que, aunque ya se sepa, tiene que subrayarse; y si no se sabe, es tan importante que debería ser por todos bien conocido. ¿O ustedes qué creen?