lunes, 20 de septiembre de 2010

Memoricidio

Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares...
... Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios.

Octavio Paz
El laberinto de la soledad, p.10



Pasadas las grandes festividades del 15 y 16 de septiembre, escritas y publicadas decenas de columnas, como el “Bicentenario Disney”, los distintos matices de las críticas en los medios ha sido muy nutrida. Algunas encuestas sin mayores pretensiones que se transmitieron en la televisión comunicaron que un gran porcentaje de su público estaba satisfecho con lo realizado, principalmente en el centro de la Ciudad de México.

Yo asistí al desfile del día 16 de septiembre. A la altura del Metro Hidalgo durante más de una hora reinó el caos. Según un granadero que permaneció muy cercano fue por la falta de planeación y la ausencia de coordinación entre los organizadores por parte de la milicia y de la policía. Familias enteras que habían respetado las vallas colocadas desde el día anterior, y que tenían un lugar desde la madrugada, fueron drásticamente desplazadas por oleadas de asistentes ávidos de obtener el mejor lugar. Ello aconteció a las 9:30 horas, muy poco tiempo antes del inicio planeado del desfile y cuando era prácticamente imposible tener un control sobre tantas personas. Considero plenamente aceptable la indignación de quienes habían esperado pacientemente desde la madrugada.

Abordar la historia puede tener un paralelo equiparable con este sencillo y acaso insignificante hecho. Quienes tuvieron la posibilidad de pagar una habitación con vista a Reforma en alguno de los hoteles ubicados sobre esta vía, o quienes contaron con la opción de tener una buena ubicación (sobre todo quienes trabajan en los medios de comunicación) tuvieron una vista espectacular del desfile, así como los afortunados que se colocaron en otro sitio, cierto es, fue una situación azarosa. La crónica de cualquiera de ellos puede ser legítimamente positiva. Mi crónica, y la de decenas de personas cercanas a mí, no sería tan festiva, y también, con razón.

Ambas posturas son aceptables.

Asumiendo que la historia implica acontecimientos, Michel Foucault argumentó que los acontecimientos no son como una materialidad, ni siquiera incluso como una representación (colectiva o particular), que pueda abordarse plácidamente desde una postura objetiva, cito: “... temo reconocer en él (el acontecimiento) algo así como una pequeña (y quizá odiosa) maquinaria que permite introducir en la misma raíz del pensamiento, el azar, el discontinuo y la materialidad. Triple peligro que una cierta forma de historia pretende conjurar refiriendo el desarrollo continuo de una necesidad ideal” (Foucault, 1970).

Cualquier acontecimiento histórico es una amalgama compleja de procesos, lenguajes, objetos, todo lo que podríamos denominar como evidencias para reproducir una red de sentidos que haya constituido un acontecimiento pasado, acaso perdido indefectiblemente desde el instante mismo de haber sucedido. La necesidad ideal es actual, siempre es actual. La historia se construye aquí y ahora y puede tener muchos filtros acotados por diversas circunstancias. La única manera que considero viable para hacer una historia más completa es que se cuente con las estructuras necesarias para que se expresen todas las versiones de un mismo hecho.

En múltiples programas televisivos se revisó la historia de México con prácticamente los mismos personajes y desde casi los mismos ángulos, acaso se incluyeron algunos visos distintos, pero no podríamos admitir que se hizo un acercamiento plural. La pluralidad debería de haber permitido todos los acercamientos posibles, nosotros decidiríamos con qué versión nos quedamos, pero no hubo los suficientes foros para todos los acercamientos plurales sobre un acontecimiento que nos incumbe a todos, los hechos de la Independencia y la Revolución en México, nuestro país.

En una conferencia que dictó en Bellas Artes hace mes y medio Ruy Pérez Tamayo afirmaba que tristemente en México la ciencia aún no tiene tradición. Considero que se aplica el mismo juicio a su divulgación, y a muchos otros aspectos de nuestra historia. Existen garbanzos de a libra, personajes portentosos, proyectos que viven prácticamente mientras sus impulsores viven, después, como aquellos, fallecen.

Nuestra historia constituye nuestra identidad, y como tal, conlleva mucho más que una fiesta y un somero repaso sobre ciertos acontecimientos históricos acotados y decididos por quienes no sabemos cómo y por qué lo hacen.

Fernando Báez, ensayista y novelista venezolano, mejor conocido por sus disertaciones en torno a la destrucción de los libros, ha difundido ampliamente el término memoricidio para designar todas las acciones alienantes o abiertamente anulantes de la libre circulación de la memoria cultural de un pueblo, representado principalmente por sus acervos conservados en papel.

En una mesa redonda compartida con dos amigos, extraordinarios historiadores (¡ellos sí son historiadores!, yo nunca me he jactado de ello, aunque lo haya estudiado, no profesionalmente), Carlos Ortega y Socorro Campos, compartimos comentarios sobre el estado de nuestros archivos históricos. Yo, apenas hace unos meses, revisaba el fondo histórico de la Hemeroteca de Oaxaca, que hace un gran trabajo con el poco presupuesto que cuenta. Socorro también recién había revisado documentos originales en la Secretaría de Educación Pública, en archivos históricos que tienen tan pocos recursos que no sería extraño que se pierdan en breve. Un becario que me auxilió durante algunos meses me narraba el lamentable caso de algunos archivos de la Fototeca Nacional, ubicada en Pachuca, Hidalgo, que posiblemente sufrieron daños irreversibles debido que no se encontraban resguardados en las mejores condiciones y las grandes avenidas de agua de una tormentosa lluvia ingresaron en el recinto. El descuido en el que institucionalmente se tienen (porque muchos no se conservan realmente), los archivos históricos mexicanos es un tipo de memoricidio del que ni siquiera somos conscientes. Porque nuestros archivos y memoria son más que los documentos firmados por los héroes políticos reconocidos y validados hoy por hoy.

Del enorme presupuesto destinado a la conmemoración del bicentenario, ¿cuánto se destinó o se destinará a estos archivos que son su fuente primaria? Después de pasadas las fiestas, ¿se acabó el motivo para cuidar y preservar adecuadamente nuestros acervos históricos? ¿O sólo se cuidan y preservan los que les interesan a quienes cuentan con el poder y los recursos? Parecería que no tenemos tradición ni para preservar nuestra propia historia. Releer el capítulo “Todos los Santos, Día de Muertos” de la obra de Octavio Paz El laberinto de la soledad es dramáticamente revelador al respecto de nuestra tradición de hacer fiestas.

Y está bien que hagamos fiestas, un bicentenario nunca se repite, es cierto… pero que no sea lo único que se haga con los escasos recursos con los que se cuenta.

¿Acaso nuestra única gran tradición es hacer fiestas?

Carlos Monsiváis recogía en Lo marginal en el centro una cita de Scott Fitzgerald, novelista estadounidense: “La verdadera prueba de una inteligencia superior es poder conservar simultáneamente en la cabeza dos ideas opuestas, y seguir funcionando. Admitir por ejemplo que las cosas no tienen remedio y mantenerse sin embargo decidido a cambiarlas”.

Aún considero que los más de ciento diez millones de mexicanos tenemos una inteligencia muy superior a la que nos han adjudicado propios y extraños, en nuestro propio país; de otra manera no explicaría nuestra sobrevivencia pese a todos los aciagos acontecimientos que caracterizan nuestra historia, porque aún creo que la gran mayoría seguimos decididos a cambiar nuestra actual realidad.

Ojalá dentro de cien años ya se hayan nutrido otras incipientes, positivas y reconocibles tradiciones mexicanas que nuestros actuales héroes alimentan contra viento y marea.

¡Ojalá!

No hay comentarios: