lunes, 17 de mayo de 2010

El lenguaje de la ciencia de todos los días

Mi hermano David, cuando era un niño como de tres años, jugó con sus amigos durante horas. Entró a casa jadeante y se lamentó: “Me duelen las costuras”. “¿Las costuras?”, preguntó sorprendida mi madre, “¿Qué son las costuras?”. David señaló la región inferior del tórax. Lo más probable es que de tanto correr sintió el dolor que la mayoría conocemos como el “dolor de caballo”, pero él no sabía que así se denominaba ese dolor, así es que lo nombró como mejor le pareció, “las costuras”.

Este comportamiento es tan usual como la vida humana misma, damos nombres a las cosas sólo porque deben tener un nombre, de otra manera no podríamos identificarlas. Después nos ponemos de acuerdo en cómo se le llama a esa cosa. Desde pequeños nos enseñan los nombres de todas las cosas comunes con las que nos relacionamos, y ya con más edad comprendemos que diferentes grupos humanos tienen sus propios códigos para identificar su realidad, esto es, otras lenguas o idiomas.

La historia de los diferentes idiomas es realmente apasionante y guarda una gran relación con esta inagotable costumbre que tenemos de nombrar todo, absolutamente todo lo que nos rodea, lo que pensamos, imaginamos y sentimos. Si no hay un nombre para algo, lo inventamos.

En palabras del especialista en lingüística, Juan Carlos Moreno Cabrera: Las lenguas no se poseen, se usan; las lenguas no se tienen, se practican; las lenguas no se guardan, se mantienen… La lengua no es, funciona. La lengua no es estática, es puro movimiento, pura actividad. La lengua, en fin, no es un producto sino una energía. Y como son pura energía, las palabras, y las lenguas en general, les dan impulso a una de nuestras funciones básicas como seres humanos: la comunicación.

Los nombres que se utilizan en la ciencia han involucrado a un gran número de fenómenos léxicos, sobre todo, porque la ciencia con mucha frecuencia se relaciona con cosas nuevas, fenómenos nuevos o interpretaciones nuevas, por lo que debe ponérseles un nombre para identificarlos. En general, cuando una palabra ya conocida en otro contexto o en otro idioma se toma con un nuevo sentido en otro campo del conocimiento o en otra lengua, nos encontramos ante un neologismo. Hay varios tipos de neologismos, y todo el lenguaje científico tiene muchísimos ejemplos al respecto.

Los anglicismos son las palabras en español que tienen su raíz en el idioma inglés, o que fueron tomadas directamente del inglés. Internet, chip, software, hardware, fax, son algunos ejemplos de anglicismos muy comunes en la actualidad y que se identifican con el progreso de la tecnología. La cantidad de visitas que recibe un sitio WEB (¡otro anglicismo!) son los hits, ¡estamos rodeados de anglicismos en el Internet!

Los anglicismos en muchas ocasiones son necesarios en ciencia porque constituyen la palabra precisa con la que denotamos a la cosa que queremos que los demás identifiquen, y son aceptables si no hay nada mejor, más preciso o más conocido en nuestro propio idioma.

Pero no sólo el idioma inglés aporta nuevas palabras, también del francés adoptamos diskette, que es el soporte magnético para guardar información y dossier, que es una carpeta especial, expediente o publicación de un tema en particular. Se utiliza en divulgación científica cuando dedican todo un número a una sólo tema, por ejemplo un dossier sobre el SIDA. Estas palabras con galicismos. De manera muy semejante si las palabras nuevas son tomadas del italiano son italianismos, del alemán, germanismos, del latín, latinismos, y hasta del náhuatl, nahuatlismos.

Los tecnicismos también son muy comunes en los textos de divulgación científica, y en ocasiones tampoco se entienden fácilmente. Espín, espinores, quark son tecnicismos que cuando se utilizan dentro de los textos escolares o de divulgación científica deben explicar a qué se refieren, porque con frecuencia no se sabe qué es exactamente. Espín es el giro de un electrón; los espinores son objetos matemáticos similares en muchos sentidos a los vectores; un quark es una partícula elemental de la subestructura del protón y el neutrón, que se encuentran dentro del átomo.

La jerga o argot es otro tipo de lenguaje con el que se identifica a un grupo o a una profesión. Así, podemos investigar cuál es la jerga de los jóvenes de 15 años en un barrio en una ciudad fronteriza en México, la de los abogados o la de los policías. También la ciencia ha llegado a generar su propia jerga.

Una característica de las palabras que se incluyen en una jerga o argot es que casi nunca conservan el mismo significado que tenían en otro campo de las que se toman prestadas, pero se entiende muy bien dentro del grupo el nuevo significado. Se considera que muchos términos científicos o técnicos se han retomado en la sociedad actual, por supuesto, separados de su definición original. Algunos incluso con implicaciones cómicas, como tener “cabeza de teflón”, por aquello de que es un material al que no se le pega nada, y se refiere a las personas que se les dificulta aprender algo. ¿No te han dicho en la escuela que se le “borró la cinta” a alguien? Cuando estamos muy cansados a veces se utiliza la frase “andar por instrumentos”, que hace referencia al navegador automático que tienen los aviones (u otros tipos de vehículos), que no piensan en nada pero avanzan; las personas que “andan por instrumentos” parece que están despiertas, pero en realidad no lo están.

Ufología” es otro término que se considera científico. La terminación, o sufijo, logía significa estudio o tratado, el ufo es el acrónimo de Unidentified Flying Objects, que la mayoría de las personas de las personas identifica con los vehículos espaciales de visitantes extraterrestres. Al agregarle la terminación logía, consideran que se trata de una ciencia como la biología, la neurología o la geología; pero no es así, no es una ciencia como la cardiología.

Cuántas veces hemos leído anuncios publicitarios en los que se asegura que un detergente tiene “oxígeno activo” o que algo produce “calor halógeno" o incluso frases completas que parecen tan científicas, y que si tratamos de explicarlas con otras palabras, nos percatamos que realmente no significan nada extraordinario, ¡pero suena tan innovador! Como en el anuncio de un nuevo automóvil: “Suspensión independiente en las cuatro ruedas, con tren delantero triangulado de geometría optimizada y tren trasero de doble triangulación superpuesta y planos controlados con gestión electrónica de amortiguación” ¿Quién sabe qué es un tren delantero triangulado de geometría optimizada? ¿¡Se puede optimizar la geometría!? ¿¡Qué es una gestión electrónica de amortiguación!? Seguramente ni quien diseño el auto en cuestión sabría explicarlo sencillamente ¡pero se lee tan moderno que hasta se antoja comprarlo!

Creemos con frecuencia que la ciencia es difícil porque su lenguaje se nos presenta inexplicable, pero no debe ser así. Albert Einstein aseguraba que “No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela”, que se complementa con: “La mayor parte de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente sencillas, y por regla general pueden ser expresadas en un lenguaje comprensible para todos”. Por lo que el lenguaje científico, ya sea puesto en un libro de texto o en un novedoso producto comercial, debería ser siempre simple y comprensible.

No hay comentarios: