lunes, 30 de agosto de 2010

Arrugas en el cerebro

Algunas películas antiguas han mostrado a los dinosaurios como grandes bestias torpes y lentas. Nada más lejos de la realidad. Aunque es cierto que en general el cerebro de los dinosaurios era pequeño con relación al tamaño de su cuerpo.

El cerebro es el centro de control de cualquier animal. Los paleontólogos han obtenido moldes de cerebros de dinosaurios a partir de la cavidad craneal de restos fosilizados. Aunado a ello, si infieren la conducta del animal, pueden cotejar las habilidades del dinosaurio con el tamaño de su cerebro.

En efecto, los dinosaurios con cuerpos más desproporcionadamente grandes con relación al cerebro serían menos hábiles que sus congéneres con cuerpos más pequeños y cerebros más acordes a sus dimensiones.

En general los dinosaurios se pueden dividir de acuerdo a su inteligencia en cuatro tipos: los más pequeños carnívoros con sentidos muy desarrollados para cazar, algunos del tamaño de un perro labrador; los carnívoros más grandes y los ornitópodos herbívoros, emparentados con los Pico de Pato que se han encontrado en Coahuila y Sonora, eran un poco menos inteligentes; en tercer lugar están los dinosaurios acorazados como el Triceratops y por último los apabullantes gigantes como el Tiranosaurio Rex, que no se distinguieron por su inteligencia. Se cree que los dinosaurios carnívoros de la familia de los troodóntidos fueron los más listos.

Platón (428-348 a.C.) expuso que en el cerebro debería radicar el origen de las percepciones, como la audición, la visión y el olfato, y que también era el centro de la memoria. Aunque su aseveración fue cierta, su fundamentación no lo fue, porque lo argumentó en el hecho de que la cabeza era prácticamente una esfera, y que ésta era una figura geométrica “perfecta”, por lo que ahí debían asentarse las cualidades fundamentales del hombre.

Con el paso de los siglos la idea de que en el cerebro se concentraban las principales funciones humanas se afianzó, pero quien finalmente comprobó cómo lo hacía fue el médico español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), quien por ello recibió el Premio Nobel, junto con el italiano Camilo Golgi.

Los médicos del siglo XIX creían que las redes neuronales eran como el sistema circulatorio, un continuo interconectado. Ramón y Cajal demostró la individualidad de las neuronas y descubrió que se comunicaban entre sí a través de la sinapsis.

Estamos vivos mientras vivo esté nuestro cerebro, incluso somos tan jóvenes como activo lo mantengamos, y así lo afirmó Ramón y Cajal: “No deben preocuparnos las arrugas del rostro sino las del cerebro”.

jueves, 19 de agosto de 2010

Mar de Oaxaca

Sentada en la playa ante el brioso oleaje de aquel mar de Oaxaca, mojada de lluvia, mojada de mar, recordé escurridizos fragmentos de la poesía del gran escritor oaxaqueño, Andrés Henestrosa. Conocí su obra cuando estudié Literaturas Hispánicas. Longeva vida (¡más de cien años!), hermosas letras. Ahora entiendo por qué. Henestrosa conservó emotivas imágenes del mar de Oaxaca porque vivió durante su tierna infancia muy cerca de sus playas. Acaso fue preñado desde entonces por el mar con los sentimientos que sustentaron toda su obra, como un suave y remanente oleaje de salobres palabras.

Fue realmente un privilegio colaborar con la Universidad del Mar. Fui invitada por su sede Puerto Ángel, en Oaxaca, para dictar un curso de redacción de textos de divulgación científica para sus investigadores. Cálido y húmedo ambiente, abrigador recibimiento. Eso sí, trabajo muy arduo durante por lo menos seis horas diarias. Cinco en clase, otras más en casa. El resultado fue impresionante.

Encontré en esta sede de la Universidad del Mar una gran abundancia de conocimientos, de todo tipo. Muchísimos de gran novedad que constituyen el cuerpo de sus actuales investigaciones. Compartí entonces ante los asistentes al curso: el punto no es que les sugiera qué fuentes científicas pueden consultar para comunicar algún aspecto de la ciencia, tienen tanto que ofrecer que de un solo documento de los que leí (en formato más bien científico), bien pueden generarse veinte diferentes productos de divulgación científica de altísima calidad y para todos los medios de comunicación.

¡Qué riqueza!

No obstante la frecuente lluvia, ante el ocasional cielo despejado también se aclaraban ideas, lavadas, pulcras, brillantes. Con ellas entre todos se amasaron creativos textos de divulgación.

Carmen, Leticia, Isabel y Catalina me ofrecieron el privilegio de compartir con ellas un admirable proceso, porque sus aportaciones se relacionan vívidamente con sus temas de investigación.

Me enteré que los ofiuros, enigmáticos seres marinos, pueden sorprendernos con comportamientos privados (¡claro, vinculados a su reproducción! ¡a qué más!), que podrían avergonzar el mismísimo Marqués de Sade. Material digno de ser consignado en toda una novela. Con seguridad será tema de al menos una entrañable narración.

Por otra parte, no sabía que las tortugas marinas tienen pico, y que existen grandes diferencias entre las distintas especies; todas, excepto una, son carnívoras. Siempre pensé que las tortugas eran vegetarianas. Conocer sus hábitos de migración puede transportarnos a escenarios diversos y a vivir de cerca la saga de la sobrevivencia de especies que se niegan a morir.

“El pez grande se come al chico” parece una cita muy gastada hasta que conocemos el proceso de bioencapsulamiento, vital en los actuales cultivos acuáticos. Criar peces para satisfacer la demanda comercial, así como criar vacas o cerdos, no es trivial. Para complementar su alimentación con vitaminas, darles medicamentos, o literalmente colorear su carne, se requiere de microorganismos que literalmente son “cargados” con lo que necesiten los peces. Así, reducidísimas criaturas vivas alimentan lo que será luego nuestro alimento. Con este proceso se obtiene un mejor tamaño, sabor y color en los peces, por lo cual pueden venderse a mucho mejor precio. Pronto leeremos este artículo de divulgación.

Finalmente, vincular al mar mismo con el inagotable mar de la literatura nos puede ofrecer la gran oportunidad de que seres de carne y hueso, con nombre y apellido, protagonicen legendarias historias, dignas de convertirse en milenarios mitos. No sé si finalmente la autora decida dejarle esta propuesta de título a su contribución divulgativa: “La trágica y penosa historia de un manso y gigantesco pez oaxaqueño”. El corolario de esta narración sería una historia real, ¡porque lo es!

En el seno de Oaxaca se han gestado grandes aportaciones a la cultura y al desarrollo del pensamiento humano. Es evidente que también los mares oaxaqueños tienen mucho que ofrecer. Con seguridad éste es sólo el inicio de un gran proyecto de divulgación científica que encabezará la Universidad del Mar. Será un honor continuar colaborando en lo que ello conlleve.

martes, 3 de agosto de 2010

La divulgación científica “en su tinta”

La primera conceptualización mucho más teórica que se hizo de la divulgación de la ciencia concierne a sus particularidades con relación a la difusión; como la definió Luis Estrada, uno de los principales precursores de la divulgación científica en México: “... cuando se trata de la propagación del conocimiento entre especialistas, se emplea la palabra difusión. Cuando se trata de presentar la ciencia al público en general, se emplea la palabra divulgación. Tanto la difusión como la divulgación son actividades de comunicación” (Estrada, 2002). Años después Ana María Sánchez propondría la siguiente definición que incluso ha sido adoptada en muchos programas nacionales y en otros países: “La divulgación de la ciencia es una labor multidisciplinaria, cuyo objetivo es comunicar, utilizando una diversidad de medios, el conocimiento científico a diversos públicos voluntarios recreando ese conocimiento con fidelidad y contextualizándolo para hacerlo accesible “ (Sánchez, 2002). Finalmente, si se atiende exclusivamente al discurso de la divulgación científica, Lourdes Berruecos afirma que: “El discurso de la divulgación científica se constituye en función del fin que persigue: dar a conocer contenidos de una disciplina del conocimiento con un nivel de lenguaje apto para públicos no especializados". (Berruecos, 1998).

Aún resulta polémico pretender establecer formalmente una definición del quehacer de la divulgación científica. Para nuestra disertación asumiremos que el discurso de la divulgación científica es aquel que tiene la intención de hacer llegar un conocimiento científico especializado a un público lego, por lo que adapta su lenguaje con elementos del discurso general, transformando o eliminando elementos del discurso especializado. Desde la perspectiva del análisis del discurso Daniel Cassany propone el siguiente gráfico para representar la generación del discurso divulgativo.

En algunas cronologías e historias publicadas sobre la divulgación científica (sobre todo en México), aún localizamos vicios y posturas whig que más bien apuntan a una visión triunfalista y lineal de su desarrollo, como en muchas historias de la ciencia se observó durante mucho tiempo, si bien postura ampliamente superada actualmente. Desde esta perspectiva se pueden identificar limpiamente protagonistas, hechos aislados y escenas de foto fija. Esta postura va al extremo de no adoptar las más estrictas metodologías y técnicas de verificación de fuentes primarias y arduo trabajo de archivo, característico de cualquier historiador que pretenda ser objetivo y veraz con su labor.

En algunas cronologías publicadas sobre divulgación científica en México se ha afirmado que la primera evidencia de divulgación científica escrita en América fue un texto periodístico publicado en 1541, en México: Relación del espantable terremoto que ahora nuevamente ha acontecido en la ciudad de Guatemala: es cosa grande de admiración y de gran ejemplo para que todos nos enmendemos de nuestros pecados y estemos prevenidos para cuando Dios nos fuere a llamar. De ello escribimos con amplitud el pasado 21 de junio.

Una de las tradiciones que imperó casi desde Comte y Condorcet consideraba el avance triunfalista de la ciencia sobre de la superstición e incluso la religión. Este modelo parece haber sido trasladado a muchos de los actuales cronistas de la divulgación científica. Sin embargo, si seguimos algunos aspectos propuestos por Fleck encontraremos sentido en el cambio permanente. Para él el conocimiento es como un río en constante movimiento que siempre está alterando las márgenes que lo contienen, de la misma manera, indefectiblemente la ciencia que surge de la actividad científica tiene un devenir relativo, no lineal, no circular, ¡menos triunfal!; y ello es porque en su proceso no sólo están implicados el sujeto y el objeto, sino un tercer elemento que equilibra al sistema, el conocimiento anterior, que es producido por el colectivo de pensamiento.

“El pasado tiende a perder significación en sí mismo, viéndose constreñido a jugar un papel de mero antecedente de las ideas y prácticas del presente” (Lorenzano, 2004). Con esto presente, y sin entrar en detalles que requerirían otro estudio específico, Fleck justifica la existencia de un colectivo de pensamiento, que es producido por una capa social específica y que se crea en cierto contexto espacio-temporal específico. Este concepto tiene paralelos muy semejantes con el de paradigma, propuesto por Khun, y con base en él se acota la problemática del momento, la metodología para abordarlo y el consenso para ofrecer soluciones al respecto.

José Ignacio Bartolache tenía muy claras sus intenciones divulgativas, y muchos de sus discursos, y hechos, avalan su coincidencia con los parámetros actualmente consensuados por las instituciones que se dedican a ello. Quería llevar la ciencia al público más amplio posible. Cuando presentó su Mercurio Volante anunció: “Solamente miro hacia los que no saben, ni son sujetos de carrera... a lo que llamamos vulgo... Nada diré en particular de las mujeres, sexo inicuamente abandonado y despreciado como inútil para las ciencias no más que por haberlo querido así los hombres, y no por otra razón...”. Bartolache asegura además que las mujeres y los hombres sin estudios tienen las mismas capacidades que quienes tienen un grado académico (¡incluso algunas más!), y que el latín, que se utilizaba entonces como lengua culta, sólo era necesario “para entender los libros latinos, pero no para pensar bien, ni para alcanzar las ciencias, las cuales son tratables en todo idioma”.

Y aunque contemporáneo a aquel, Alzate no comparte del todo su concepto de divulgación de la ciencia. El 12 de marzo de 1768 salió a la luz el primer número del Diario Literario de México, del que se publicaron ocho números. En él, Alzate hace referencia a otras publicaciones de su época que en Europa ya consideraban noticias científicas, como el Diario de los sabios de España, las Memorias de la Academia de Ciencias de París, Berlín y Petersburgo, Transacciones filosóficas de Londres y Efemérides de los curiosos de Alemania. Dedica esta publicación al “Señor Público”, y explica que escribirá todo en español (como lo afirma también Bartolache), para que cualquiera que supiera leer y escribir lo pudiera leer, ya que por entonces los textos que se consideraban de corte culto o filosófico se escribían en latín. Invita a los eruditos y sabios a colaborar en esta magna obra y ofrece presentar al público la traducción de textos científicos escritos originalmente en otras lenguas, promesa que cumple cabalmente divulgando en español escritos de científicos de la época. Sin embargo, su apertura no es la que manifiesta el guanajuatense Bartolache. De hecho en la actualidad detectamos también diferentes perspectivas y posturas con relación al concepto mismo de divulgación científica, no obstante, ya ninguna de estas versiones apela a pretender generar “la mayor utilidad y bien del Estado”, ni porque esperamos beneficios de monarca ninguno y menos aún porque estemos “felices de ser vasallos del mismo rey…”, como lo harían los ilustrados americanos en el siglo XVIII.

Entre Alzate y Bartolache podemos identificar un cambio sincrónico, como podría afirmarse de los divulgadores y sus posturas actuales; sin embargo, si nosotros analizamos el fenómeno divulgativo en el siglo XVIII debemos considerar la transformación diacrónica de todos los hechos y el contexto que apenas podemos bosquejar con la poca investigación que aún hay sobre este campo, ya que aún hay mucho por hacer en la reconstrucción de la historia de la divulgación de la ciencia en México.

Esto es lo que fundamentalmente no se ha considerado ni en la cronología ni los pocos esfuerzos historiográficos que se han intentado con relación a la divulgación científica, al menos en nuestro país; exigencia que debería incorporarse en los postulados actuales de la divulgación científica.

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Bibliografía

Berruecos, María de Lourdes (1998) “Análisis del discurso y divulgación de la ciencia”, en Revista Argumentos, No. 29, abril de 1998, Universidad Autónoma Metropolitana, México, pp 21-35.

Estrada, L. (2002) “La divulgación de la ciencia” en Antología de la divulgación de la ciencia en México, Tonda, J., Sánchez, A.M., Chávez, N. (comps.), México, Universidad Nacional Autónoma de México.

Lorenzano, César. (2004) Los ancestros de Thomas Khun (homenaje a Ludwik Fleck). Filosofía e historia da ciencia no Cone Sul: 3º Encontro. Campinas; AFHIC, 2004. pp. 91-101.

Sánchez, A.M. (2002) “El bestiario de los divulgadores” en Antología de la divulgación de la ciencia en México, Tonda, J., Sánchez, A.M., Chávez, N. (comps.), México, Universidad Nacional Autónoma de México.