lunes, 18 de abril de 2011

Maestros y artesanos (III)


El Estadio Héctor Espino, en Hermosillo, Sonora, tenía una capacidad para 10 mil aficionados cuando se inauguró, en 1972. Ahora puede albergar hasta 15 mil.

Hace pocos días el contador de este blog indicó que había llegado a la visita número 10 mil. Algunos de esos visitantes han tenido la gentileza de hojear algunas de estas páginas por primera y última vez, otros se han quedado. De cualquier manera, a todos, ¡muchas gracias!

Los sistemas de seguimiento aunados al blog me permiten saber de qué sitios geográficos ha sido visitado el sitio, cuál es la estadística por día, por semana o por mes, y por medio de qué vocablos ha sido encontrado el blog. Sorprendentemente me percato que la palabra “pulque” aunada a “ciencia” ha traído con frecuencia a muchos cibernautas; así es que tendré que escribir más, (¡pero mucho más!), sobre el pulque… aunque en realidad prefiera el aguamiel.

Creo que mis maestros de la Escuela de Literaturas Hispánicas, en la Universidad de Sonora, estarían orgullosos de que una de sus alumnas llene la casa de “Los Naranjeros”, el equipo de béisbol de Hermosillo, aunque sea virtualmente y de poco en poco, en cosa de más de dos años; al fin, 10 mil son 10 mil, ¿no?

En estos días en los que en los que las jacarandas en flor tapizan calles y banquetas de la Ciudad de la México, con un morado intenso (¡el color de la cuaresma!), se me vienen a la memoria los maestros que ya nos han dejado: Darío Galaviz Quezada, José Sapién Durán, Völker Schüller Will y Abigael Bohórquez. Espero que Josefina de Ávila Cervantes siga dictando tan extraordinarias cátedras de vida.

Mis primeros maestros en letras fueron mis padres. Si algo nunca faltó en casa fueron los frijoles que limpiar junto a mamá y los centenares de libros de todos tamaños, títulos y colores, que nos permitían ver libremente, siempre que los utilizáramos con cuidado. Jamás hubo un libro rayado, con hojas arrancadas o duramente golpeado. El uso continuo separaba las pastas de las enciclopedias, pero sólo era eso, como la Salvat (la de tomos delgaditos rojos), y la Credsa (de tomos cafés y gruesos).

Ya en la Universidad de Sonora, José Sapién Durán me dictó cursos de composición y español superior. Aplicaba varios exámenes a lo largo del semestre, al término del cual, uno por uno, cada estudiante pasaba solo con él, escuchaba cuál era el promedio de la calificación de dichos exámenes, y luego preguntaba: “¿Usted qué calificación cree que merece?”. Se decía que nunca había dado un diez. No lo sé de cierto. La historia suena a leyenda. Lo que sí es cierto es que mis exámenes de ortografía no eran los mejores, y no porque tuviera mala ortografía, sino porque aún hoy desconozco algunas reglas gramaticales, y lo único que puedo argumentar que explique el que tal o cual palabra se escriba con acento o sin él, o con “c” o “s”, es que la correcta se “ve bien”, y la incorrecta “se ve fea”. Así de simple. Así es que cuando yo respondí que me merecía un diez de calificación el Maestro Sapien me miró con asombro y reconvino, “¿por qué se merece esa calificación, si sus exámenes no fueron excelentes?”, “Porque escribo muy buenos cuentos”, respondí ufana. ¡Por supuesto que no escribo, ni escribiré, los tales buenos cuentos! Pero acaso la insensatez de mi respuesta, o mi niño de tres años que rodaba por los pasillos de la escuela en su patineta, me valieron un diez. José Sapién aseguraba: “Quieren escribir cuento, ¡empápense de cuentos!; ¿novela?, ¡llénense de novelas!; ¿poesía?, ¡devoren todo lo que encuentren! Excelso, bueno, malo, regular, pésimo, ¡todo! Ya lo irán cribando con el tiempo y la experiencia”.

¡Darío Galaviz siempre tenía a los galanes más guapos junto a él! No podía pasar desapercibido por donde caminara, su presencia parecía llenarlo todo. Su agudeza con las letras iba más allá de la palabra misma. Gracias a él empecé a escribir en “El Imparcial”, y a hacer mis pininos en diseño editorial. “Pero niña, ¿qué haces con esas cosas?”, me preguntó alguna ocasión cuando ofrecía algunos pequeños bordados que vendía para avenirme algunos recursos. “Ganarías más escribiendo”, me dijo. Y ante mi excusa de no saberlo hacer me animó, “Tú escribe, yo te ayudo”. Mis primeros escritos fueron literalmente masacrados, ¡ni hablar de mis primeros diseños editoriales!: “¡Eso más bien parece diseño trágico!”. Creo que pensaba que la ternura no le iba bien a la verdadera corrección, sus recursos didácticos implicaban rudeza, una respetuosa y cabal sinceridad, áspera y dura.

Por su parte, Völker Schüller Will, de origen alemán, radicado en Hermosillo, desde su gran estatura miraba a mi pequeño y sonreía. Maestro de literatura comparada. Nunca descalificó sin más el gusto de nadie por autores que desconociera. “Es que la literatura es tan vasta, que no nos alcanzaría la vida para conocerla”. Cuando le propuse hacer un trabajo de literatura comparada entre un autor italiano y Juan Rulfo dijo tranquilamente: “¿Quién es ese Giovanni Guareschi?”. Escuchaba paciente. Su delgada y larga figura parecía inclinarse cortésmente hacia uno. Me indicó los lineamientos del trabajo y me pidió un apartado en el cual tendría que presentarle al desconocido autor. Podía conocer al autor que uno le presentara, siempre estaba presto para aprender, ¡y por eso sabía tanto!

Abigael Bohórquez abrazaba a mi pequeño y lo sentaba en sus piernas. Sus lecciones parecían más de vida que de literatura, ¡pero a la postre fueron tan útiles para ambas!

¡Qué decir de Josefina de Ávila Cervantes! No sé de cierto si la filosofía didáctica que conocí de ella fuera la constante en toda su trayectoria académica. Recuerdo el “No califico esfuerzos sino resultados”, así es que si el resultado era malo, la calificación también lo era, no importaba que argumentáramos que nos habíamos esforzado tanto y que teníamos tantas complicaciones personales y familiares. Sin embargo la calificación final final que otorgaba nunca era reprobatoria: “Yo no lo voy a reprobar, que lo repruebe la vida”. Pero eso sólo se sabía hasta el final del semestre. Porque podía ser muy dura, exigente y coherentemente rígida como maestra, pero no supe de nadie que reprobara. Después vería, con el transcurrir mismo de la existencia, que en efecto, el que la vida te repruebe puede ser más duro que cualquier calificación de menos de cinco en la escuela, y con frecuencia, deja más mella.

Hoy quise compartirles un poco de algunos de mis maestros, de quienes no aprendí divulgación de la ciencia, si es que algo sé de ella… ¡pero cómo han sido útiles todas sus enseñanzas, aún ahora, y en la divulgación de la ciencia!

Concluiremos en la siguiente entrega.

¡Feliz inicio de Semana Santa!


(En la foto la Maestra Josefina de Ávila Cervantes)

6 comentarios:

Concepción dijo...

Libia,
felicidades por el esatadio lleno!!!
Que bonito es recordar a los buenos maestros.
Felices fiestas
M.

Libia E. Barajas Mariscal dijo...

¡Muchas, muchas gracias! Sobre todo porque eres una de las lectoras que no me han leído sólo por el pulque (¡JA!). Por cierto, en unas semanas iré a una auténtica hacienda pulquera del siglo XVII que sigue funcionando en Hidalgo. Tengo la idea de que si muchos han llegado al blog de cruzar los términos "pulque", "ciencia", "medicinal" e "historia" es porque debe haber muy poco en la red sobre ello. Así es que nos aplicaremos al discurso popular sobre el pulque que curaba, ¿o aún cura? ¡Muchas gracias de nuevo!

David Temper dijo...

Esto sí que es divulgación de la cons-ciencia!

:) lo que es disfrutar la complejidad del otro, aun en tiempos dificiles, le da la vuelta a la narrativa de la propia vida.

Aunque hay quien dice "el arte, para no morir por la verdad", la verdad es que el arte muchas veces CREA la verdad. Arte y dedicación en cada instante de la vida... para que no nos "repruebe la vida".

Mundo raro en el que vivimos, saturado de información cara y vacía, y por otro lado me encuentro la belleza de las palabras en la película TRUMBO, DVD a 15 pesos comprado en soriana que habla de las dificultades en los 50s y 60s de un guionista acusado de ser comunista.

Así pasa con la escuela también, entre tantas quejas del alumnado, es posible olvidar cómo dan de sí algunos maestros...

Publicaré la cita de José Sapién en facebook :)

Saludos!

Libia E. Barajas Mariscal dijo...

¡Gracias Harry!¡Muy alentadoras tus palabras! En efecto, Sapien hizo honor a su apellido. Una pena que muriera tan pronto, y en tan tristes condiciones: un cáncer mal diagnosticado en el ISSSTE (¡le decían que estaba loco -hasta al psiquiatra lo enviaron-!), y era un tumor en el cerebro que lo devoró rápidamente. Cuando por fin lo detectaron en Tucsón era demasiado tarde, ya era inoperable. Le dolía mucho la cabeza en los últimos meses, pero nunca estuvo loco, creo... no sé si un loco es tan lúcido... ¿o para ser lúcido hay que estar realmente loco? Lo que sí es cierto es que para mi gusto se fue muy pronto. Creo que fuimos el último grupo al que dictó clase oficialmente. Después iba algunas tardes a la escuela, flaco y demacrado, ¡y tan sonriente siempre! Fue a la escuela hasta que pudo. Se sentaba en una banca, a la entrada. Cuando me veía llegar con el pequeño Luis (que ya ves que era muy platicador), me decía, "Tú vete a clase, yo aquí te lo cuido", y se quedaba con él, ¡malcriándolo, porque le consentía todo!¡Y qué bueno que lo malcrió! Me dijo un día: "Algo que me pesa mucho es que no voy a conocer a ni un nieto", y fue cierto, porque sus hijos aún eran muy jóvenes. Perdón por la sensiblería, creo que la Semana Santa me pone así. ¡Voy a conseguir la película que me comentas, gracias por la recomendación!

Concepción dijo...

Libia:
Efectivamente no he leído tu columna sobre el pulque, pero voy a buscarla.
Es triste saber de los malos diagnósticos médicos, pero muchas veces los pacientes se someten a terapias largas y desgastantes, que además de crear esperanzas y costar mucho dinero, no pueden salvar una vida, ni recobrar la salud.
La herencia de tu maestro es el recuerdo que mantienes vivo de él y la aplicación de sus ensenanzas. Eso vale mucho.
Hasta pronto
M.

Libia E. Barajas Mariscal dijo...

Tienes razón. Es probable que haya vivido lo que le correspondía vivir, aunque ello suene más bien zen que cristiano, menos aún católico. Este es el principal artículo sobre el pulque: http://discursoyciencia.blogspot.com/2009/06/el-primer-experimento-con-el-pulque-en.html ¡Gracias por tus alentadoras palabras!