jueves, 21 de abril de 2011

Maestros y artesanos (IV y final... ¡la pecaminosa envidia!)



La santa envidia no existe, así que tendré que confesarlo, aquí en público, porque es Jueves Santo… ¡me muero de la envidia cada que veo a las pequeñitas que estudian ballet! En específico las niñas que toman curso una hora antes en el mismo salón del Taller Coreográfico, al que asisto a clases.

Los enormes salones con espejos de piso a techo, pisos de madera y barras, brillan con la luz de las niñitas que pueden mover sus cuerpos con una soltura impecable. Me siento absolutamente torpe, inepta e inferior junto a ellas; incluso junto a mis compañeras de clase. Nuestra joven instructora me permite hacer algunos de los ejercicios de manera un poco distinta a lo que señala la norma, o de plano me indica que no los realice, como el grand plié, lo justifica ante mis rodillas operadas – y seguramente mi edad, aunque discretamente calla al respecto –, pero no me perdona el relevé bien hecho, por supuesto, sin sujetarme a la barra (¡faltaba más!).

No espero llegar a las grandes compañías de ballet. Por más empeño que imprima en la danza, el Bolshoi no lamentará mi ausencia. Con el breve tiempo que llevo ya puedo notar una postura ligeramente diferente, movimientos más calculados, acaso incluso posiciones que me ayudan a embarnecer ciertos músculos muy específicos y finos, en las pantorrillas y los pies, así puedo cargar de menos peso directamente a las articulaciones, lo cual me ayuda bastante ¡Ah… pero las perennes mañas! Acaso me consuela el saber que al menos aprenderé la técnica para reconocer mis propios “callos posicionales” de los cuales no podré librarme nunca, sabré cómo limarlos y mantenerlos a raya.

Las clases de ballet para las pequeñas de menos de 10 años no fueron comunes antes del siglo XIX. Antes de ello se iniciaba tarde en la danza. Con el tiempo se percataron que entre más pequeños se iniciaba mejor era el resultado. De la misma forma, los primeros salones para aprender ballet no eran como los actuales.

Un par de amigas me comentaron que les pareció algo inapropiado que mencionara, en la primera entrega de este ciclo, maestros y artesanos, el sitio “Pendejadas en El Imparcial (y otros medios noticiosos)”.

Uno de los argumentos iba en el sentido de que el primer ejemplo que coloqué

VANDALISMO Y DROGADICCIÓN

Se respira en la colonia San Juan


no era culpa de la reportera, ¡y es cierto! Jeanneth Jiménez tendría toda la razón en reclamarle airadamente a la editora, o al formador de la página, o cualquier otro dentro del periódico, que dada la disposición incorrecta del título éste se malinterpretara. Por otra parte, los mismos editores del sitio no siempre tienen la razón sobre los argumentos que esgrimen para sustentar que una falta es tal, e incluso ellos mismos cometen algunas; también es cierto, este sitio en Facebook que se dedica a recopilar errores, puede considerarse ofensivo desde el título, así como el estilo que muestra al poner el dedo sobre la llaga. Los “buenos modales” pueden discutirse, pero no hay duda, si el dedo puede ponerse sobre la llaga (suave o bruscamente), es simplemente porque la llaga existe. Un hecho impepinable, como diría Sergio de Regules.

Personalmente considero digno de encomio el que alguien tenga el tiempo y la disposición de recopilar tanta información útil para cualquier estudiante de redacción, y maestros vinculados; no se diga la enorme utilidad para periodistas, editores, comunicadores, etc., para conocer lo que no debe hacerse. El sitio parece no haberle sido de utilidad hasta el momento al mismo personal de “El Imparcial”. Ojalá después. En algún momento mencioné, siguiendo a Pirandello, lo útil que es ponernos un espejo enfrente. Las bailarinas en ciernes, e incluso profesionales, los tienen enfrente, siempre. Los salones para entrenar y aprender ballet se llenaron de enormes espejos desde el siglo XIX. Enormes, claros, nítidos… reveladores. En el mismo sentido, el sitio que selecciona los numerosos errores de “El Imparcial” bien se podría considerar un espejo para los profesionales del periodismo. No es perfecto, pero es el que hay por ahora… ¿escupiremos irritados ante lo que muestra?

Comentaba, en la segunda entrega de esta serie de cuatro, lo importante que es la redacción básica, antes de incursionar en la divulgación de la ciencia escrita. Los reporteros de “El Imparcial” no están solos – y no lo escribo para que lo tomen como un consuelo, bien dice el dicho: “Mal de muchos…”–. No sé si es un fenómeno de la juventud actual, pero leo en muchos jóvenes que llegan a nuestra dependencia, en la UNAM, como becarios, que su redacción es muy deficiente. Con frecuencia no pueden estructurar coherentemente una idea... redondita, nítida, resplandeciente. No importa si es simple o compleja, nueva o reusada, de ciencia o de cualquier otra cosa. Se les dificulta mucho acotar una idea. Si ese tipo de marañas semánticas no son propias para una obra literaria, que se supone más libre y expresiva, mucho menos lo es para algún género periodístico o para la divulgación de la ciencia.

Por si fuera poco hay un asunto más con la divulgación de la ciencia escrita, y permítanme divagar un poco más en otra idea (prometo desarrollarla ampliamente en las siguientes entregas... ¡hablando de marañas semánticas! ¡Bien me pueden considerar al burro hablando de orejas!).

Hace unos días, en una conferencia que dictó el Dr. Rafael Guevara Fefer, historiador de la ciencia, planteaba ciertos aspectos técnicos y problemáticas actuales de esta rama de estudio. Una de sus afirmaciones fue reveladora: “La historia de la ciencia tiene un proceso de mímesis con la ciencia”, en el desarrollo de la idea destacó como en muchas ocasiones incluso se pone por encima de la historia a la ciencia misma, cuando lo que debe hacerse, primero que nada, es historia. ¡Qué luz! La divulgación de la ciencia debe de tener exactamente el mismo proceso. Nos concentramos tanto en la ciencia misma que ponemos en segundo término a la divulgación y aseveramos por ejemplo que la divulgación es una "traducción intralingüal” del discurso científico o que la “verdad” que muestre la divulgación de la ciencia “debe ser” tan impecable como la “verdad científica” que divulga (si es que dicha verdad existe), y cuestiones por el estilo… ya no sacudiré más las ramas, por ahora.

La otra cuestión es que las grandes disciplinas, como el ballet, se han forjado a partir de mucho, mucho, mucho tiempo. En la conferencia del Dr. Guevara Fefer comentaba como ni siquiera de la biología se puede hablar como de una disciplina con “tradición”. El término “biología” se “asentó” como tal formalmente hasta el siglo XIX. Darwin, Linné, Humbolt, Buffón, Cuvier… ¡ninguno se reconoció a sí mismo como biólogo! No obstante que sus escritos e investigaciones se consideren fundamentales para la actual biología y su historia.

¿Así es que qué podemos esperar de la divulgación de la ciencia, tan joven, tan unida a la ciencia y con tan pocos “profesionales” y "maestros" en su novel disciplina?

Creo que hay varios aspectos que se tienen que abordar: el primero es precisamente sobre la consolidación de los maestros en los diversos campos de la divulgación de la ciencia; una cuestión de profesionalización de una disciplina que mucho tiene que ver con cuestiones laborales, además de preparación escolarizada. La otra cuestión es no tenerle miedo al espejo; es cierto que en ocasiones es incluso impactante reconocer que la imagen torcida y fea que tenemos enfrente es la nuestra… pero tenemos que verla para saberlo, y para corregirlo. Un tercer asunto tiene que ver con el desarrollo mismo de la disciplina de la divulgación de la ciencia, así completo: divulgación de la ciencia, sin que sea sierva ni de la comunicación (divulgación), ni de la ciencia, un asunto teórico en el que aún tenemos mucho trabajo qué hacer. Y un cuarto y último, porque es un campo al que le tengo especial afecto: es imprescindible conocer y reconocer nuestra propia historia en la divulgación de la ciencia, porque sólo así podremos conocer y reconocer nuestra tradición ¿Qué saben los mismos divulgadores de José Joaquín Arriaga, Jesús Díaz de León, Carlos de Sigüenza y Góngora, José Ignacio Bartolache? De algunos sólo se sabe que existieron, como Alzate. Es muy lamentable que en los cursos que he dictado a quienes pretenden dedicarse a la divulgación de la ciencia no sepan ni de la existencia de los más destacados divulgadores de la ciencia contemporáneos a nivel mundial, Carl Sagan o Isaac Asimov, ya no se diga de alguno de los divulgadores o periodistas de ciencia de siglos pasados, en lengua española… retomo de nuevo al Maestro José Sapién: “Quieren escribir cuento, ¡empápense de cuentos!...”… quieren escribir divulgación de la ciencia, ¡empápense de divulgación de la ciencia!... ¡no sólo de ciencia!... porque ese discurso, ese lenguaje, el científico, es otro, con peculiaridades que la distinguen del lenguaje y discurso natural… pero eso es harina de otro costal.

¡Feliz fin de Semana Santa!




(En la imagen: “La clase de danza", de Edgar Degas, c.1874 - óleo sobre lienzo, 83.2 x 76.8 cm - Musée d’Orsay, Paris -).

2 comentarios:

Concepción dijo...

Libia,
gran final de serie!

Tu experiencia en el salón de danza con las niñas, me recuerda mis clases de natación en la alberca olímpica con la Cruz Roja. Al principio, 50 Metros de orilla a orilla, un reto para alguien como yo, quien sólo habia nadado en alberquitas. Y que frustración, cuando los niños de 10 años me rebasaban, no sin antes voltear y reir al verme haciendo una pausa a medio camino. Cuando yo alcanzaba la orilla, ellos ya habían iniciado la segunda vuelta. Pero más vale tarde que nunca. No me gradué en rescate acuático, pero conozco la técnica.

Lo que si me cuesta trabajo, a pesar de tantos años de escuela, son la buena redacción y la buena ortografía. Nunca aprendí la técnica, ese es el problema. Leo concentrandome más en el contenido que en la forma y no he aprendido a escribir, a expresar una idea coherentemente. Ahora me confieso yo, pero nunca es tarde para reconocerlo y corregirlo! Me falta la práctica del artesano a la que te referías en entregas anteriores. En ese sentido me gusta tu metáfora del espejo aplicado al trabajo propio, a la lectura crítica de lo que escribimos.

Y por supuesto, coincido contigo en las ideas sobre la historia y la divulgación de la ciencia, como una rama independiente, con técnicas, lenguaje y puntos de vista desde la historia, el periodismo y las letras, no necesariamente desde las ciencias naturales o básicas.

Cuando finalizas diciendo: “...quieren escribir divulgación de la ciencia, ¡empápense de divulgación de la ciencia!... ¡no sólo de ciencia!... porque ese discurso, ese lenguaje, el científico, es otro, con peculiaridades que la distinguen del lenguaje y discurso natural…” , se me ocurre que la mejor forma de empaparse de divulgación de la ciencia, es lanzarse a la alberca y sumergirse, recorrer los primeros metros con el gran impulso del salto, sentirse poco a poco como pez en el agua y salir a la superficie para tomar aire y seguir, con la mirada al frente, avanzando entre el continuo juego del agua y el aire, como entre historia, divulgación y ciencia.

Quiero nadar!!!

M.

Libia E. Barajas Mariscal dijo...

¡Gran experiencia con la natación! Como bien dices, hay que conocer la técnica.

¡Me gusta mucho el final de tu comentario!¡Vamos a nadar todos!