jueves, 31 de marzo de 2011

Cultura futbolera y divulgación de la ciencia (III)


El gran “Coloso de Santa Úrsula” fue un proyecto que se pasó del presupuesto inicial por mucho (qué raro que suceda eso México). En 1962 se dijo que iba a costar 95 millones de pesos (¡de aquellos pesos!); para 1966, todavía sin terminar, ya se habían gastado 200 millones de pesos… y aún faltaban “detalles” para poder dar la patada inaugural.

En la historia del Estadio Azteca encontré algo genial:



Sí… hablan de Azcárraga, el mismo de Televisa, donde era Vicepresidente Guillermo Cañedo. Ambos, Azcárraga y Cañedo, fueron grandes impulsores del futbol en México, acaso los principales. Ambos remontaron al futbol a terrenos económicos de impacto mundial, ya que propusieron modelos no sólo autofinanciables para el futbol nacional, sino para las copas mundiales, para que un "simple" deporte se convirtieran en el gran negocio que ahora es el futbol. Guillermo Cañedo White, hijo de aquel Cañedo de los años 60, es el actual presidente del Club América.

En un comentario del día de ayer Matalote escribió: ¿Qué efecto tendría por ejemplo, una conferencia magistral de Mario Molina en el Estadio Azteca? ¿Se agotarían los boletos? ¿Se transmitiría por televisión abierta? No se trata de poner a los científicos en el circo para entretener al público, sino de sacarlos de las torres de marfil y acercar su materia de estudio al ciudadano de a pie. Sería un experimento interesante.

¡Exacto! ¡Yo no puedo decirlo mejor!

No estoy muy segura si alguien como Azcárraga debe poner sus millones e influencias a trabajar (porque no fue cuestión sólo de dinero), y decida participar directamente en la ciencia, con una visión plena de hacer algo grande, algo que deba sacudir a la ciencia mexicana, que está en la antesala del profesionalismo… donde ha estado décadas, si no es que al menos un par de siglos... en la misma antesala… de ahí no ha pasado.

Cuando conversé con el técnico “neófito en futbol” que tan amablemente me ilustró en dicho deporte, agregó, a su respuesta a mi pregunta de a qué científicos mexicanos conocía (y que sólo nombró a uno): “Es que en esos lugares (los institutos de investigación), nunca hablan con uno; ni las secretarias; como si no quisieran que uno estuviera ahí”. Cuando cruzo esa respuesta con la “torre de marfil” y el que el mismo técnico comentara que el Cuau “tiene mentalidad” porque ha sabido “llegarle a la gente”, y no se le ha “subido”, entiendo porque la ciencia no ha llegado masivamente ni siquiera a unos cientos de miles de personas, ¡ya quisieramos que moviera a un par de millones!

En el Proyecto 2061 se enfatiza que la enseñanza de la ciencia debe extenderse más allá de la escuela: “Los niños aprenden de sus familias, compañeros, amistades y maestros. Aprenden el cine, la televisión, la radio, los discos, los libros y las revistas comerciales y las computadoras personales, y de visitas a museos y zoológicos; de asistir a fiestas, reuniones de club, conciertos de rock y encuentros deportivos, así como de la escuela y del ambiente escolar en general…. es importante que los profesores (de ciencia) reconozcan que si algo de lo que los estudiantes aprenden de manera informal está equivocado, incompleto, no comprendido a cabalidad o mal entendido, la educación formal puede ayudarlos a reestructurar ese conocimiento y adquirir conocimiento nuevo” (p. 213)… además hay otro asunto más muy interesante: “… el aprendizaje efectivo con frecuencia requiere más que sólo hacer múltiples conexiones de las ideas nuevas con las antiguas… los estudiantes llegan a la escuela con sus propias ideas, algunas correctas y otras incorrectas, sobre prácticamente cualquier tema. Si la intuición y las concepciones erróneas de los alumnos se pasan por alto o se descartan sin ninguna explicación, sus ideas originales tienden a prevalecer, aun cuando puedan dar las respuestas de la prueba que quieren sus maestros. La mera contradicción no es suficiente; se debe estimular a los estudiantes para que desarrollen nuevas perspectivas para lograr una mejor visión del mundo” (p.205).

No sé de cierto si una mejor visión del mundo del futbol, o una prueba de lo interiorizado que está el futbol en la cultura, es que todo un estadio, con más de cien mil almas, comprenda, juzgue e intervenga tanto en un juego que grite al unísono “¡Expulsación!” o "¡Arbitro vendido!"… ¡mañana concluímos!

miércoles, 30 de marzo de 2011

Cultura futbolera y divulgación de la ciencia (II)


El futbol lleva en México poco más de cien años, prácticamente el mismo tiempo que lleva en el resto del mundo. Su desarrollo remontó mucho más rápido en países europeos que en Latinoamérica, pero finalmente de este lado del océano no nos quedamos atrás.

De ser un deporte que se practicaba sin mayor estructura, se sistematizó mundialmente, y se diversificó en muchísimas vertientes que ahora incluyen al futbol como negocio, como espectáculo, ¡como orgullo nacional!

Las primeras masificaciones del futbol se dieron a partir de los copas del mundo de los años 60, cuando apareció la primera mascota (1966, el león Willie). Su masificación incluyó no sólo a las mascotas, entonces sólo un breve recurso de popularización y mercadotecnia, sino que sumó a los grandes medios de comunicación, a empresarios y a comunicadores, entre muchos otros factores técnicos y normativos. En México, Ángel Fernández nació y se consolidó como cronista deportivo especializado en futbol precisamente en esta misma década. Se había iniciado en el periodismo general hacia los años 40, del cual pasó a la fuente deportiva, donde atendió con particular ahínco lo referente al box y al béisbol.

El boom futbolero para México fue la copa de 1986. La sociedad mexicana, particularmente sensibilizada por el terremoto de 1985, necesitaba elementos de cohesión, y el futbol se los ofreció, ¡incluso nació la famosa ola! Entonces ya Ángel Fernández era una institución del futbol, quien popularizó las frases: “A todos los que aman y a todos los quieren el futbol” y “El juego del hombre”.

Yo no sé mucho de futbol. Para escribir estas breves líneas me apliqué a leer sobre vastos aspectos del futbol que desconozco. En el video de Ángel Fernández que revisé me percaté que presentaba a “El Gato” Miguel Marín. Justo cuando estaba revisando ese sitio en Internet llegó el técnico que arregla las copiadoras; viene de una empresa externa a la universidad, un señor como de 35 años de edad. Le pregunté si sabía algo de futbol, me dijo que muy poco. Agregué que seguro sabía más que yo, y que si me permitía hacerle algunas preguntas. Disculpándose de antemano por su ignorancia en el tema (abundó que precisamente por eso no le iba a ningún equipo, porque no era “tan aficionado”), accedió a responder. "¿Quién es “El Gato” Miguel Marín?", le pregunté.

¡Qué cátedra de futbol me dieron!

Miguel Marín fue portero del América, uno de los mejores porteros que ha visto el futbol mexicano (si no es que el mejor). También lo llamaron Superman, precisamente Ángel Fernández lo bautizó así. Murió muy joven en 1991. Pero el América, aunque ha tenido muy buenos jugadores, no es un buen formador de jugadores. Para buenas canteras de jugadores de futbol (a juicio de mi entrevistado), están los equipos Atlas, Pumas (¡tenía que ser!), Pachuca y Chivas; en primer lugar el Atlas. “¿Pero el Cuau, es del América, no?”, pregunté… “Bueno, me explicó, el Cuau realmente no ha sido un buen jugador, pero “tiene mentalidad”, por eso ha destacado en el futbol. Buenos jugadores son Salcido, que juega en Holanda, y “El Chicharito”. Por cierto que el abuelo y el papá de “El Chicharito” fueron también jugadores y por eso le inculcaron una excelente preparación.

De esto, y muchísimo más, me enteré de alguien que se reconoce como un “no aficionado” y poco conocedor del futbol mexicano. Para terminar agregué: “Oiga, a usted lo envían de su empresa a todos los institutos de la UNAM, ¿verdad?”, respondió que sí. “Yo lo he visto durante años, agregué, así es que me podrá decir, ¿a qué investigadores o científicos mexicanos conoce?”. El hombre calló largo rato. “Bueno”, dijo al fin, “me ha tocado ver cuando graban unos programas de televisión del director de aquí, el Dr. Drucker…”, calló otro tiempo, “creo que Monsiváis también estaba aquí, ¿no?”. Se refería a un aquí la UNAM. No dijo más nombres.

El Proyecto 2061, auspiciado por la American Association for the Advancement of Science, cuyo nombre hace referencia al año en que volverá a verse el cometa Halley, pretende lograr para dicho año una formación científica básica para todos los ciudadanos norteamericanos, el fin es consolidar una cultura científica, en Estados Unidos.

En 1997 la Secretaría de Educación Pública compiló en el libro Ciencia: conocimiento para todos, los principios de este proyecto y expuso (¡hermoso discurso!), su intención se sumarse a los mismos postulados del Proyecto 2061 para que en México pase lo mismo, que tengamos una sólida cultura científica. Se pretende que el ciudadano común comprenda los conceptos y principios científicos clave, que esté familiarizado con la naturaleza y procesos de la ciencia… explican que un ciudadano con pensamiento científico “podrá ser más crítico ante diferentes situaciones, así como enfrentar problemas de diferente índole, y con ello tomar decisiones con más información y sólidos elementos” (p. xvii).

De 1997 a la fecha poco hemos visto, en México, que evidencie una cultura científica. Cualquier ciudadano “de a pie” dicta cátedra de futbol e incluso puede opinar, con sólidos argumentos, sobre jugadores que no son contemporáneos a él (como “El Gato” Miguel Marín), ¡amén de los que le son contemporáneos! Sabe de dónde surgen (y cómo) los buenos jugadores, reconoce matices entre los diferentes equipos a lo largo del tiempo y con pelos y señales evalúa la temporada en curso. Sin embargo, aún estando vinculado estrechamente con la UNAM (supuestamente), por su trabajo, ni siquiera recuerda el nombre del Premio Nobel Mario Molina (¡Premio Nobel!)... nuestra pobre ciencia mexicana, como bien lo escribiría Martín Bonfil… y de esto continuaremos hablando mañana.

martes, 29 de marzo de 2011

Cultura futbolera y divulgación de la ciencia (I)


La cultura futbolera en México goza de buena salud. Puede mejorarse (y mucho), pero caray, ¿qué no se puede mejorar en esta vida?

El término cultura siempre ha tenido serios conflictos, así es que copiaré algo de lo que se escribe en Wikipedia, que me parece adecuado:


Viéndolo así, la cultura futbolera implicaría una cierta costumbre, una práctica específica, códigos, normas y reglas que regulan al futbol (internamente y externamente), maneras de ser (“El Cuau” es un jugador de futbol prototípico, así como el grito “¡Aaaaaaahiii, donde las arañas hacen su nido!” sólo puede ser del futbol)… en fin, el futbol es realmente todo un sistema.

Como un sistema implica muchísimos elementos: jugadores, árbitros, dueños de los equipos, particulares o institucionales (¡hasta universidades! -¡arriba los PUMAS de la UNAM!-), empresarios, medios de comunicación, equipos técnicos, médicos especializados, organismos municipales, estatales, nacionales o internacionales de regulación… y un sin fin de etcéteras en las que por supuesto están incluidos los periodistas deportivos especializados en futbol. Pero este complejo sistema no siempre fue así. Hace cien años era impensable que alguien tuviera como profesión sólo narrar partidos de futbol, y no sólo eso, que fuera conocido y reconocido mundialmente por su grito: “Tirititito!”

Lo genial de esta cultura futbolera mexicana es que le ha ganado al país, bien o mal, pero casi siempre, estar representado en las grandes competencias internacionales, y al menos hacerse notar… a veces las selecciones nacionales han llegado hasta cuartos de final.

Y hasta aquí, toda esta disertación parecería que no tiene nada que ver con el lenguaje, y menos aún, con la ciencia. Nada más lejos de la verdad. Muchos lectores podrán haber reconocido sin ninguna complicación, y sobre todo, sin ninguna explicación, a quién me estaba refiriendo cuando mencioné al Cuau, quién es famoso por los gritos como “Tirititito!”, qué es la FIFA y qué significa que México haya llegado a cuartos de final… y faltaba más, ¡por supuesto que saben quiénes son los PUMAS! (me pongo de pie).

¿Por qué no tuve que explicar nada? La respuesta es muy obvia, parecería hasta tonta, pero es la mera verdad… casi ninguno de los lectores necesitará que se le explique nada porque ya sabe todos los antecedentes que debe conocer sobre el futbol, y con seguridad muchos lectores lo saben con mucha más profundidad que yo, originaria de una zona con preferencias beisboleras.

Como bien explica la definición de cultura, sus elementos embeben, inundan, abarcan todos los aspectos de la vida social, incluyendo el lenguaje. El discurso propio del futbol (tanto el visual, como el escrito y hablado), es reconocido casi de inmediato incluso para un lego como yo… inmersa en un país futbolero. Pues bien, esto no pasó de la noche a la mañana… ni en México ni en ningún otro país futbolero… y de esto hablaremos mañana.

jueves, 24 de marzo de 2011

Doctor dixit (III)


Decíamos ayer que Carmen López, Daniel Cassany y Jaume Martí, en el artículo "La transformación divulgativa de redes conceptuales científicas: hipótesis, modelo y estrategias" (Discurso y Sociedad (ISSN: 1575-0663), volumen 2 (2000), pp. 73-103), exponen una excelente matriz de los factores que intervienen en la generación de un discurso de divulgación científica.

Las fuentes principales del discurso de divulgación científica, como vemos en la gráfica, son el discurso científico y el discurso general (el coloquial, el general). Destacan la red conceptual que implica el contenido científico que se identifique como eje del discurso. Las tareas cognitivas y lingüísticas principales implicadas en el proceso de producción de un discurso de divulgación son la reelaboración, la textualización y la denominación.

No detallaré más el proceso, profusamente desarrollado en el artículo citado.

Terminaremos la semana atando cabos sobre los expertos, la voz de los expertos y la divulgación de la ciencia. En el ejemplo que les compartí de la crónica taurina apunté que el autor (Manuel Espada), no es experto ni en historia ni en crónicas taurinas. En la entrega de ayer, señalaba que para el análisis del discurso el léxico especializado no es el eje, ni el principal ingrediente, de un discurso especializado, lo toral son los contenidos y las finalidades pragmáticas del mensaje; agregué que una adecuada comprensión de un discurso depende de que emisor y receptor compartan redes pragmáticas, lingüísticas y culturales de las cuales está impregnado el contenido y la forma de la comunicación… subrayo que para un discurso escrito la responsabilidad de establecer dichas redes compartidas es el emisor, el autor. En los cursos de redacción que dicto siempre les digo a los divulgadores en ciernes: “si tu lector no entiende lo que escribes es culpa tuya, siempre será culpa tuya”.

Pues bien, con estos supuestos, va el último ejemplo de esta serie:

Ha nacido una roca

En el desierto, y para el ojo del viajero, domina la geología sobre la biología. Los estratos horizontales, descubiertos por la erosión, muestran un ritmo de hondas fracturas verticales. El resultado es un paisaje cubista. De cuando en cuando, de mucho en mucho, un bloque cúbico milenario de la primera fila, debilitado en las caras que aún le unen a la montaña, se desprende y rueda a trompicones pendiente abajo. Ha nacido una roca.

La roca queda en la ladera a merced de la incertidumbre ambiental: ardores diurnos, heladas nocturnas, descargas de lluvia y electricidad, oxidación paciente, impactos de otras rocas, pulido tenaz del viento... el bloque se desgasta y meteoriza. Uno de los pedazos es menos anguloso y bastante más pequeño... ha nacido una piedra.

Es bien posible que una tromba de agua venida de lo alto (o un temblor de tierra cuya improbabilidad se encarga de corregir el simple paso del tiempo) despegue la piedra de su asiento centenario y la haga rodar hasta una torrentera. Allí se reunirá con una multitud de piedras, capturadas por el cauce natural de las aguas, para sumarse a una tumultuosa carrera hacia el mar. La carrera se reanuda cada vez que se desata la furia breve del agua y se aplaza durante larguísimas treguas. Hay muy pocas reglas que respetar, sólo las de Newton. Todo lo demás está permitido: choques, erosiones, empujones, fracturas..., incluso expulsiones del cauce. Las piedras se rompen en otras más pequeñas y se redondean. El resultado puede medir unos cuantos milímetros. Ha nacido un guijarro.

Si el guijarro permanece en carrera, entonces rueda, choca y se desgasta por abrasión. Su tamaño se encoge hasta unas pocas décimas de milímetro. Ha nacido un grano de arena. Un grano de arena corre entonces un alto riesgo de quedar cazado entre vecinos de mayor tamaño y explotar en una nube de minúsculas partículas de milésimas de milímetro. La propia abrasión genera también una multitud de miríadas de tales partículas. Es el polvo.

En suma: la multitud de piedras se convierte en grava; la grava, en arena gruesa; la gruesa, en fina; la fina, en muy fina; la muy fina, en polvo... pero no es fácil llegar al fondo del mar. En cualquier momento, una partícula puede ser secuestrada fuera de la carrera por el viento o puede ser expulsada de ella por una turbulencia. En algún lugar, las partículas se acumulan y se entierran. Entonces, las fuertes presiones y las infiltraciones de agua con sustancias en suspensión y disolución compactan y cementan las partículas entre sí. Y renace la roca.

Los guijarros de la grava forman roca de conglomerado, la arena hace arenisca, el lodo fino hace limo, y el lodo finísimo, arcilla...

Muchas partículas llegan por fin al océano, al mar o a un lago. Tras la estruendosa y caótica carrera de choques sigue la sorda y disciplinada sedimentación. La partícula se va al fondo, se hunde, se compacta y se integra, como un grano más, en las entrañas de la placa continental. El continente tiene mucha fuerza y poca prisa. Tanto empuja, que el grano nacido en la torrentera empieza a ascender prisionero dentro de su estrato de sedimentación. Asciende y asciende hasta que, quizá en algún lugar del desierto, el grano vuelve a salir al calor del sol prisionero dentro de un bloque cúbico, a cientos de metros sobre el nivel del mar. Han pasado decenas de millones de años, una corta eternidad en la que muchas especies de animales y plantas han tenido tiempo para aparecer, para triunfar y para extinguirse.

A veces, uno de estos bloques se desprende y rueda a trompicones pendiente abajo. Ha nacido una roca.

El texto es de Jorge Wagensberg. Son sólo 617 palabras ¡un ahorro brutal de palabras si le compara con cualquier tratado de geología! A mi juicio el genéro que utiliza es una prosa poética. Manuel Espada por su parte sintetiza espectacularmente un tratado histórico sobre la masacre de Badajoz en una crónica taurina.

Jorge Wagensberg es físico. No es geólogo, ni geofísico y tampoco paleontólogo. Tuve el gusto de asistir a uno de sus talleres de museografía que ofreció en la Ciudad de México, hace un par de años, y me consta que no tiene las ínfulas de ciertos científicos especializados hiperreconocidos.

Jorge Wagensberg comparte con Manuel Espada, para nuestro caso, que escribieron sendas obras de divulgación (de historia y de ciencia), sin ser especialistas en ninguna de las dos fuentes especializadas sobre las cuales versan los contenidos de sus obras, y sin ser expertos en los géneros que emplearon para escribirlas. Jorge Wagensberg no es poeta.

¿Entonces en qué son especialistas?

¡Son especialistas, expertos, doctores en divulgación!

El último ejemplo (Ha nacido una roca), me conmueve especialmente porque le tengo un entrañable amor a la geología (¡ah, el amor!). Además es un ejemplo completísimo de cómo puede transmitirse un contenido científico sin terminología especializada, ¡incluso poéticamente!

Solemos creer que cuando hacemos referencia a expertos o especialistas implicados en un discurso de divulgación científica los más importantes son los científicos, expertos o especialistas; pero para mi gusto no sólo no son igualmente relevantes que los divulgadores, estos últimos son aún más decisivos.

“Es tan difícil comunicar la ciencia como hacerla” es la frase más apropiada para identificar este hecho, ¡una afirmación de Jorge Wagensberg!¡Nunca mejor dicho!

Reconocemos fácilmente a un mal cronista deportivo especializado en futbol, y lo culpamos a él si un partido, o toda una apreciación de la temporada, está mal hecha; no culpamos a los jugadores, ni a los árbitros, ni a los dueños de los equipos, ¡menos aún a la FIFA!... pero no reconocemos a un mal divulgador o comunicador de la ciencia (¡con frecuencia pésimo!), y entonces argumentamos que las matemáticas son difíciles (¿el futbol es fácil?), que la ciencia no se enseña bien en la escuela (¿el futbol sí?), que los científicos son personas raras (¿los futbolistas son “normales”?)… y más razones por el estilo.

¡Así de lejana y desconocida nos es la ciencia! ¡Y su divulgación!

Creemos, como público, que cualquier discurso con un “leve tufillo” a ciencia no sólo es divulgación de la ciencia, sino que es buena, ¡hasta excelente!

¡Falso!

Estamos llenos (¡inundados!), de malísima divulgación de la ciencia; paupérrimo periodismo científico; deplorable “ciencia para niños” (“¡amiguito, ven a conocer a las divertidas bacterias!”) y anacrónica comunicación de la ciencia. Abundan los ejemplos que se asemejan mucho más a los discursos de divulgación científica del siglo XVIII y XIX que buenas propuestas dignas del siglo XXI.

Pues bien, esto nos da pie para que el martes hablemos de la profesionalización de la divulgación de la ciencia. ¡Hasta entonces!

miércoles, 23 de marzo de 2011

Doctor dixit (II)

Les compartí el día de ayer una estrujante crónica taurina. La encontré hace algunos meses cuando buscaba material para un curso. Necesitaba encontrar un buen documento, breve, que condensara un género que conozco muy poco, y que tampoco es muy generalizado en México: la crónica taurina. Incidentalmente me encontré que la temática del ejemplo es una recreación de un hecho histórico que desconocía por completo, la masacre de Badajoz. Atroz suceso.

En un acertado comentario de una reciente entrega, Matalote escribía: “Hay títulos que suenan interesantísimos y cuando comienzas a leer te das cuenta de que se trata de refritos infinitos.” Agrega que sólo que uno se tome la molestia en revisar las credenciales del autor uno puede se capaz de conocer qué tan fieles son las fuentes. Aunque dicho sea de paso, las fuentes pueden ser muy buenas y el autor muy poco creativo. Pero en definitiva con este tipo de acciones pretendemos saber qué tan experto, docto o especialista es el autor con relación a lo escrito. Esto es cierto, en parte.

Siguiendo nuevamente al Diccionario de análisis del discurso, de Patrick Charadeau y Dominique Maingueneau, en la voz “discurso de especialidad”, se precisa que éste siempre se identifica con relación a un discurso corriente, común, coloquial. Aclara que no es un discurso espontáneo, se circunscribe a una situación de enunciación particular, ello implica preguntarse “¿cuáles son las condiciones situacionales del acto del lenguaje?”, un acto de lenguaje se “encarna” en los enunciados (ibid p.15); “¿de qué procedimiento (s) discursivo (s) depende?”, esto serían sus “maneras de decir” y finalmente “¿en qué consiste su configuración textual?”, que implica la decisiones lingüísticas que configuran el texto y donde se dispone, esto es qué formas incorporamos, combinamos, cuáles son sus sentidos (a sabiendas de la intención de comunicación), etc. Así es que el discurso de especialidad se caracteriza más por ciertos contenidos y finalidades pragmáticas del mensaje que por los criterios meramente lingüísticos. Esto quiere decir que si bien es cierto que se requiere una dosis de terminología especializada, ello no es indispensable para generar un adecuado discurso de especialidad.

El caso es que encontré que el autor, Manuel Espada, es el seudónimo del escritor español Manuel Sánchez Vicente. A partir de la lectura de los comentarios en el blog del autor, del que tomé la crónica, me enteré que no es un cronista taurino (tuvo que investigar el argot necesario), ¡y tampoco es historiador!

La crónica que presenté es un excelente ejemplo de un género (la crónica taurina), como vehículo para un contenido histórico. No hay duda, es un discurso de divulgación de la historia, ¡sin terminología histórica! La cuestión para que funcione, es decir, para que los lectores aprecien el contenido y la forma, es que deben conocer el argot de la crónica taurina y además reconocer que de trata de un atroz acontecimiento histórico.

Para la comprensión de un texto el lector debe hacer uso, necesariamente, de su conocimiento del mundo y de su propia experiencia de vida… “Del establecimiento de este tipo de relaciones extratextuales ha de depender, muchas veces, el sentido del texto. Como se sabe, el sentido textual no está dado sino que se construye a partir de sus contenidos semánticos explícitos e implícitos; de las implicaturas y presupuestos que ha de develar el lector. Sin este esfuerzo de interpretación el texto puede resultar incompresible”. (Irma Chumaceiro, “El análisis del discurso lingüístico literario: una forma de lectura”, Análisis del discurso, ¿por qué y para qué?, Adriana Bolivar, compiladora, pp. 175-199). Eso fue exactamente lo que me pasó en la primera lectura de la crónica, entendí poco y menos aún distinguí sus alcances. Incluso no me conmoví, en lo absoluto.

Una adecuada comprensión de un discurso depende de que emisor y receptor compartan redes pragmáticas, lingüísticas y culturales de las que está impregnado el contenido y la forma de la comunicación. Así que cuando releí la crónica taurina de Manuel Espada tuve que investigar mucho más aparte de la información que me ofrecía la crónica misma, reconocer el argot del género taurino, y luego conocer el suceso de Badajoz. Cuando releí la crónica con más información se me estrujó el alma. Además, más que la comedia, el drama es algo que compartimos como humanos, podemos entenderlo perfecto en chino, alemán o seri.

Lo que sucede con el discurso de divulgación de la ciencia, para gran parte del público mexicano (¿me aventuro a decir latinoamericano?), es lo que nos sucede con una crónica como la que presenté: desconocemos el contenido e incluso la forma, y por lo general tampoco apela a ninguna peculiaridad humana de base (como el drama de la crónica que les compartí), así es que tenemos pocos alicientes para buscar más información, aparte de la que ya nos ofrecen. Acaso tengamos una idea nebulosa de la física o la biología, ¡ni hablar de las matemáticas! Menos aún sabemos, de bien a bien, si está establecido o no, un argot adecuado para dicha comunicación (como sí lo está para una crónica taurina). Parecen mucho más claras las características de un buen discurso científico, ¿pero el de divulgación científica?

Carmen López, Daniel Cassany y Jaume Martí, en el artículo "La transformación divulgativa de redes conceptuales científicas: hipótesis, modelo y estrategias" (Discurso y Sociedad (ISSN: 1575-0663), volumen 2 (2000), pp. 73-103), exponen una excelente matriz de los factores que intervienen en la generación de un discurso de divulgación científica. En la receta intervienen diversos ingredientes, habrá que ver en qué proporciones… mañana.

martes, 22 de marzo de 2011

Doctor dixit (I)

“El experto dijo” se traduciría este título latino. En la antigua Roma los expertos eran artesanos, un gremio realmente poco distinguido, así es que no sería propio que utilizáramos ese vocablo. A quienes equipararíamos con nuestros científicos (los expertos) serían los doctores, personas con profundos conocimientos sobre muchas o una materia en particular (materias “dignas”, por supuesto, no como las que se requieren para ser orfebre o ebanista). Lo de adjudicar a alguien el título de doctor se fue consolidando a partir de las primeras universidades a partir del siglo XIII. Algo muy diferente a lo que hoy consideramos doctor, pero de eso no hablaremos hoy.

Conversábamos sobre la teoría de la Big Picture, y concluíamos lo complicado que es generar cuadros certeros sobre la historia de la ciencia. En el mismo artículo que relacioné entonces (Néstor Herran y Josep Simon, Comunicar y comparar: la historia de la ciencia ante el localismo, la fragmentación y la hegemonía cultural, p. 150), los autores afirman que las visiones de conjunto requieren un gran conocimiento en áreas diversas, por ello actualmente se trata más bien de un trabajo de grupo que individual; agregan que dichas visiones de conjunto se perdieron como una reacción al positivismo:

“… los socioconstructivistas convirtieron en anatema cualquier generalización a escala nacional o internacional. Al desafiar la universalidad de la ciencia, el campo se ha movido hacia la producción de microhistorias que, mientras aclaran el papel de procesos sociales en la construcción de conocimiento científico en contextos locales, han ocultado también la relevancia de los factores macrohistóricos. Pero el análisis macrohistórico es sólo útil si se integra con parámetros macrohistóricos y viceversa. La combinación de diferentes perspectivas es, de hecho, una característica genuina de la historia, que conviene practicar. En nuestra opinión, la exigencia de precisión y base empírica de la historiografía actual es compatible con una mayor apertura cronológica y geográfica que, como veremos, podría basarse en un uso abundante de la comparación y el estudio de procesos comunicativos, en perspectiva internacional. Tratar la internacionalidad como una característica de la ciencia en ciertos períodos y –de manera reflexiva– también de la actual comunidad de historiadores de la ciencia no es tarea fácil. Exige conocimiento de lenguas e historiografías nacionales distintas a la propia y la habilidad para participar en proyectos internacionales con colegas extranjeros. El desarrollo y consolidación de una historiografía más internacional, a la altura de las exigencias de la excelencia académica y del análisis riguroso de la evidencia histórica implica tomar medidas que promuevan una mayor internacionalidad tanto en la formación de historiadores de la ciencia, como en la comunicación de su producción historiográfica”.

La voz de los expertos es más bien singular que plural; aunque se denomine en plural (“los expertos aseguran que...”, “científicos dicen que…”), en realidad se apela a una postura sobre un tema, por lo cual formalmente se trata de una sola voz.

En el Diccionario de análisis del discurso, de Patrick Charadeau y Dominique Maingueneau, los autores señalan en la voz “discurso de especialidad”, que se trata de una “expresión genérica para designar las lenguas utilizadas en situaciones de comunicación… que implican la transmisión de una información perteneciente a un campo de experiencia particular” (p.230). Agregan que los terminólogos Humbley y Candel excluyen las prácticas lingüísticas “no profesionales” como la caza, los deportes y las actividades políticas”; sin embargo R. Galisson y D. Coste sí los consideran como discursos de especialidad. Yo coincido con estos dos últimos autores.

Encontré esta magnífica “crónica taurina”:

Juanito “El Gallardo” sale al albero vestido de púrpura y oro, con medias bermellón. Su traje hace juego con las nubes, que filtran la luz, tiñendo el atardecer de un color morado muy intenso. Levanta la vista y mira al cielo, pero no se hace la señal de la cruz, como los otros. Ni siquiera tiene estampitas de santos. El capellán le ha echado en cara que un torero no puede ser ateo porque todos acaban rezando alguna vez en el ruedo. La grada lo recibe en silencio, como si esperase algún gesto del maestro. El torero se quita la montera y dedica la faena a sus compañeros, que esperan su turno en el burladero, atenazados por el miedo. Juanito se acerca a la puerta de chiqueros. Suena un clarín y aparece un morlaco de seiscientos kilos con una divisa roja y gualda prendida en el lomo, como la bandera que rodea el coso. Juanito se pone de rodillas. Un murmullo sacude los tendidos. El torero da un capotazo sublime a puerta gayola. Se levanta y va hacia la bestia. Se arrima a los cuernos como si fueran dos puñales de goma. El toro embiste. Juanito se arrima más. Enlaza varias verónicas de libro, suaves, elegantes y suicidas, para luego pasar a dos chicuelitas extraordinarias con los brazos a la altura del pecho y tres gaoneras manejando el engaño por la espalda como nadie había hecho desde los tiempos de “El Lagartijo”. Nunca se había visto tanto arte en la plaza del Penacho. Sin embargo, no hay aplausos ni ovación. El presidente se pone en pie y tira hacia abajo de la chaqueta de su uniforme con un gesto autoritario. Pide el cambio al tercio de varas, frenando de este modo la cadena gloriosa de pases. “El Gallardo”, resignado, contempla cómo aparece el picador por la derecha. Mientras se acerca al trote con la pica en alto, mira al torero con desprecio desde el jaco. El público aplaude por primera vez. Luego, Juanito escucha una ovación, y descubre al banderillero aproximándose por la izquierda, serpenteando, con los castigos en alto. Deduce que el presidente ha dado la orden de saltarse el protocolo para pasar directamente al tercio de muerte. Juanito “El Gallardo” agarra con fuerza el estoque de plástico, eleva la barbilla hacia el morado del cielo y se abalanza sobre el toro.

En la primera lectura sólo entendí una tercera parte, quizá menos. Por algunos de los comentarios que encontré en ese mismo sitio constaté que se trataba de una muy buena “crónica taurina”: “Gritaría un "olé", si no fuese tan cruel lo narrado”. Después leí mucho más sobre el suceso. No se trata de una corrida de toros “normal”. Durante la Guerra Civil Española, los días 14 y 15 de agosto de 1936, en Badajoz miles de civiles fueron lidiados y rematados en la plaza de toros.

Leí mucho más sobre el hecho. Si quiere hacer una búsqueda completa sobre el suceso que se narra puntualmente en esta crónica puede encontrarla con la voz: “Juan Gallardo Berjemo”. El cartel de la imagen, al inicio de esta colaboración, la tome del sitio La Masacre de Badajoz: olvidada y sin justicia. También encontré otro sitio.

No se trata ahora de exponer mucho más del asunto. Independientemente de la verdad puntual del suceso, algo atroz sucedió. Un minuto de silencio. Por hoy es suficiente. Mañana continuamos.

jueves, 17 de marzo de 2011

La Big Picture (II)


Teun Van Dijk en Texto y contexto (1988) resalta el carácter “dinámico” del contexto. No sólo es un mundo-estado posible, sino al menos una secuencia de mundos-estados (p.274), por lo que recalca que el contexto es un “transcurso de sucesos”.

Una de las tareas de la pragmática es formular en qué términos se constituye y estructura un contexto comunicativo; asimismo no solamente da cuenta de la adecuación independiente de las expresiones (como las características gramaticales), sino que puntualiza cuáles de sus propiedades (frases realizadas y discursos) dependen de qué condiciones. En una comunicación oral incluso la entonación y ciertas partículas visuales marcan el contexto del discurso.

Con respecto a la historia, habrá que apuntar que la considero como es tomada actualmente por casi todos los grupos de estudio, siempre se construye hoy. Es imposible hacerlo de otra manera, se hace, y sobre todo, se interpreta, desde el presente.

Si reconstruir contextos de situaciones en las que hemos participado es complicado (tome en cuenta cualquier averiguación previa en una investigación judicial), ¡imagine lo que será el reconstruir contextos lejos de nosotros en tiempo y espacio!

Como platicábamos ayer, solemos extender las características de situaciones que conocemos a otras que creemos semejantes; así pretendemos entenderlas. Hoy nos parecería hasta pueril que el tomate (¡nuestro delicioso tomate!) se haya podido equiparar con una manzana (la pomo d'oro -manzana dorada- italiana o la pomme d'amour -manzana del amor- francesa).

Comparamos de manera casi automáticamente todo, así que se necesita un esfuerzo consciente para conocer y reconocer los elementos que se requieren para tratar de reconstruir fielmente un contexto, tanto histórico como discursivo, y reelaborar lo mejor posible la interpretación adecuada de un acontecimiento o de un discurso. Se tiene que evitar viciar la observación objetiva con preconceptos personales, parciales, descontextualizados o incluso falsos.

Ahora ya tienen la foto completa. Una mujer y un hombre. Compare a la mujer de la foto con la imagen de mi blog. Sí, soy yo.

Con la foto anterior podía haber descrito objetivamente al hombre, aspectos que podríamos considerar quizá obvios. Conmigo ahora en la foto puede hacer exactamente el mismo ejercicio, y describirme objetivamente. Incluso, comigo al lado del hombre de la foto, y si obtiene información sobre mi estatura, por ejemplo, (y el alto del tacón que uso habitualmente), podría saber la estatura del hombre de la foto. Pero seguimos sin poder ir más allá de lo obvio en la imagen.

No hay elementos en la foto que indiquen si la persona que me acompaña es mi amigo, mi colega o qué. Si le informo que se trata de mi esposo tampoco tendrá más información que eso. Quizá pueda aventurar sobre qué características prefiero en un hombre para enamorarme de él, pero como no cuenta con toda la historia gráfica de mis novios tampoco podría afirmar eso fehacientemente.

Pero si agrego que se trata de una foto de mi boda ahora sí tiene una gran clave de interpretación, sobre todo si recalco que no es “cualquier foto de la boda”, sino que es “la foto”, la oficial, la enmarcada, la principal. Entonces sí puede afirmar que se trató de una ceremonia sencilla y explicar por qué vestimos de blanco. ¿Por qué inferirá que fue sencilla? Porque la comparará con las otras imágenes contemporáneas de enlaces matrimoniales, en las que son comunes vestuarios suntuosos y por supuesto velo y azahares. Si coloco junto la foto de estudio de la famosa boda del Príncipe de Gales y la Princesa Diana, ¡qué diferencia! Lo único en común es que es una pareja heterosexual y que la novia viste de blanco; ¡pero no hay duda, ambas son fotos oficiales de una boda!

Con sólo la foto no se puede saber dónde fue la boda, el sitio geográfico, pero al menos supondrá, con buenos argumentos, que el clima no era frío. Y en efecto, le puedo garantizar que había un calor de 35 grados, y eso que eran las 10 de la mañana. Además cuelga de mi cuello una amonita, lo cual ofrece la posibilidad de aventurar oficios o aficiones, mías o de ambos. Y tendrá razón, él es Ingeniero Geólogo y yo misma colecté esa amonita en la zona donde él realizó su estudio de tesis. En cualquier boda la novia debe llevar algo viejo, ¿250 millones de años habrán sido suficientes?

Reconstruir contextos discursivos históricos implica primero tratar de tener el cuadro completo, en este caso, la foto completa. Si le presento a las dos personas aisladamente la interpretación cambia drásticamente; podría ser errónea en muchos sentidos, cuando menos parcial o fraccionada.

La teoría de la big picture fue acuñada en primera instancia por los historiadores de la ciencia por motivos didácticos, para enseñar mejor la historia de la ciencia, pero pronto se apreció su valía en la investigación historiográfica de la ciencia. Cuando se ha elaborado de manera correcta una big picture sobre una ciencia o un hecho histórico en la ciencia, podemos establecer una excelente síntesis de los elementos fundamentales que van más allá de la reconstrucción del suceso en sí, ¡podemos interpretarlo correctamente!

Néstor Herran y Josep Simon, en su artículo Comunicar y comparar: la historia de la ciencia ante el localismo, la fragmentación y la hegemonía cultural señalan la relevancia del estudio del contexto en el desarrollo y establecimiento de la teoría de la big picture, y para ello una de las mejores herramientas que ofrecen es la historia comparada: “…siempre que se elijan adecuadamente las unidades de comparación y la metodología sea consistente con las fuentes utilizadas” (p.153).

Procurar las claves necesarias para reconstruir e interpretar lo mejor posible un contexto discursivo o histórico representa la diferencia sustancial entre una versión lo más veraz posible (al menos éticamente responsable y consistente), y la elaboración descuidada de cuadros anacrónicos e incongruentes, ¡incluso falsos!

Algún“experto” sobre mi vida podría saber todo lo que he dicho sobre la big picture que le presenté en este sencillo ejemplo, y constatarlo como cierto, aunque habrá poquísimos "expertos" sobre mi vida aparte de mí misma. Pero en ciencia, ¿cómo sabemos que un “experto” es el que habla sobre tal o cual tópico científico, incluyendo su historia? De eso trataremos el próximo martes 22 de marzo, porque el lunes 21 de marzo es feriado en México.

Por lo pronto concluiremos que para elaborar una buena big picture es necesario tener toda la información que sea posible, discerniendo la trivial de la relevante, y colocada donde debe de ir, como en la construcción correcta de un rompecabezas. Después de todo lo que le he compartido sobre esta foto, tiene una big picture de mi boda, ¡y claro que no errará en dar una respuesta acertada sobre por qué sonreíamos los dos!

miércoles, 16 de marzo de 2011

La Big Picture (I)


La construcción del conocimiento, de cualquier tipo, implica conexiones, interrelaciones, construcciones imposibles de crear de la nada. Siempre existe algo antes. El cúmulo de neuronas que nos acompañan al momento de nuestro nacimiento apenas se interconectan lo suficiente para permitirnos las funciones vitales, el resto de las interconexiones neuronales se establece a partir de la experiencia, de vivir la vida. Por eso son tan importantes los primeros años de la infancia.

Los esquemas básicos de conocimientos que creamos nos permiten identificar realidades a partir de las relaciones que éstas tengan con nuestros antecedentes. Y si no tenemos antecedentes, ¿qué pasa? ¡Los creamos! ¡Qué caray! ¡Como si fuera tan difícil!

Cuando Colón llegó a América descubrieron una realidad tan nueva que era imposible de asimilar sin puntos de comparación. El tomate es un ejemplo. Aunque castellanizaron el nombre tomado del náhuatl (tomatl) durante siglos no fue consumido en Europa porque lo consideraban tóxico, por su parecido al fruto de la mandrágora. El tomate fue nombrado en Italia como pomo d'oro (manzana dorada), y en Francia como pomme d'amour (manzana del amor), y se generalizó su uso hasta el siglo XVIII, cuando comprobaron que no sólo no era tóxico, ¡sino que era delicioso! ¡Hoy nadie se puede imaginar muchas recetas “clásicas” de pastas italianas sin tomate!

Así es que parece perfectamente humano que le enjaretemos un modelo a una realidad dada, por nueva que sea, y gracias a ello, le damos sentido y finalmente la entendamos… o pretendamos entenderla.

Si así funcionamos para interpretar realidades tan concretas, como un tomate, ¡qué nos espera con las realidades abstractas! Y agreguemos un plus, ¿qué hacemos con las realidades con las que no somos contemporáneos?

Los historiadores se han enfrentado a la problemática de acotar, o extender, demasiado los parámetros a partir de los cuales establecen los marcos para interpretar la historia. ¿Qué se toma en cuenta y luego qué se prioriza, en lo temporal y en lo geográfico, para establecer primero los hechos y luego todo lo que los generó y en qué derivaron finalmente?

Aquí tenemos una foto. Podemos identificar lo obvio: hombre, joven, tez morena, cabello muy corto, sin orificios o tatuajes evidentes, vestido de blanco, cultura occidental, no tiene rasgos orientales ni nada evidente que lo circunscriba a una etinia o filiación religiosa. Fácilmente podríamos inferir que se poseen todos los elementos para hacer un montón de juicios como que no tiene tatuajes evidentes (o perforaciones) porque es alguien apegado a ciertas normas sociales occidentales, pero la verdad es que la gran mayoría de quienes vean esta foto no sabrían casi nada sobre el hombre de la imagen y sobre las circunstancias en las que fue fotografiado.

Durante décadas la historia de la ciencia se concentró en desarrollar concienzudamente estudios de caso, penetrando a una gran profundidad en detallitos (como escribir un larguísimo tratado sobre los ojos del hombre de la foto), que establecían narrativas monolíticas, con frecuencia anacrónicas, y que fragmentaba realidades desengarzándolas de otras realidades y contextos mucho (¡pero muchísimo!) más amplios.

Se habla poco, por ejemplo, de la influencia de la Reforma Protestante en el desarrollo de ciertas ciencias en los países del norte de Europa. Se sataniza (a mi juicio) demasiado, por otro lado, el papel de la Iglesia Católica en el lento desarrollo de la ciencia en España. Cierto es que no podemos negar hechos aplastantes, pero hay que conocer y reconocer el contexto completo. En algunas clases he encontrado estudiantes realmente sorprendidos al saber que las famosas brujas de Salem (acaso las más conocidas), hayan sido juzgadas y condenadas (muchas de ellas a muerte) por puritanos protestantes; parece ser que la mayoría cree que fue la Inquisición española, católica, que protagonizó hechos no menos reprobables.

Devanar el sentido de un hecho histórico particular con un puntillismo espectacular puede ser valioso, en tanto no pretendamos interpretar factores que sí requieran de otros elementos que no están incluidos en el hecho específico que analizamos. Por ejemplo, elucubrar sobre las motivaciones y sentido de la sonrisa del hombre en la foto y su vestuario. O sobre el sitio donde fue tomada la fotografía, incluso, la hora del día. Esas explicaciones sin duda requerirían de algo más de lo que nos ofrece esta foto simplemente. Trate de hacerlo ahora mismo, pretenda responder: ¿por qué sonríe el hombre de la fotografía?

Lo difícil de la investigación en historia es precisamente establecer los marcos temporales, geográficos, culturales, económicos, más todos aquellos que contribuyan a reconstruir el “verdadero” sentido del hecho que se estudia. En ocasiones no se cuenta con las partes del rompecabezas que completan la imagen. ¡Vaya, a veces incluso no se cree que sea un rompecabezas! En tales casos no podemos adjudicar mala intención a quien no considera más factores, ¡para ellos no existe nada más! Como para cualquier lector, ahora no existe más que esta foto, y no hay nada que apunte a que neguemos que esté completa.

Ese es el principio de la teoría de la big picture, que terminaremos de explicar en la siguiente entrega, mañana mismo... ¡mañana mismo!