jueves, 24 de marzo de 2011

Doctor dixit (III)


Decíamos ayer que Carmen López, Daniel Cassany y Jaume Martí, en el artículo "La transformación divulgativa de redes conceptuales científicas: hipótesis, modelo y estrategias" (Discurso y Sociedad (ISSN: 1575-0663), volumen 2 (2000), pp. 73-103), exponen una excelente matriz de los factores que intervienen en la generación de un discurso de divulgación científica.

Las fuentes principales del discurso de divulgación científica, como vemos en la gráfica, son el discurso científico y el discurso general (el coloquial, el general). Destacan la red conceptual que implica el contenido científico que se identifique como eje del discurso. Las tareas cognitivas y lingüísticas principales implicadas en el proceso de producción de un discurso de divulgación son la reelaboración, la textualización y la denominación.

No detallaré más el proceso, profusamente desarrollado en el artículo citado.

Terminaremos la semana atando cabos sobre los expertos, la voz de los expertos y la divulgación de la ciencia. En el ejemplo que les compartí de la crónica taurina apunté que el autor (Manuel Espada), no es experto ni en historia ni en crónicas taurinas. En la entrega de ayer, señalaba que para el análisis del discurso el léxico especializado no es el eje, ni el principal ingrediente, de un discurso especializado, lo toral son los contenidos y las finalidades pragmáticas del mensaje; agregué que una adecuada comprensión de un discurso depende de que emisor y receptor compartan redes pragmáticas, lingüísticas y culturales de las cuales está impregnado el contenido y la forma de la comunicación… subrayo que para un discurso escrito la responsabilidad de establecer dichas redes compartidas es el emisor, el autor. En los cursos de redacción que dicto siempre les digo a los divulgadores en ciernes: “si tu lector no entiende lo que escribes es culpa tuya, siempre será culpa tuya”.

Pues bien, con estos supuestos, va el último ejemplo de esta serie:

Ha nacido una roca

En el desierto, y para el ojo del viajero, domina la geología sobre la biología. Los estratos horizontales, descubiertos por la erosión, muestran un ritmo de hondas fracturas verticales. El resultado es un paisaje cubista. De cuando en cuando, de mucho en mucho, un bloque cúbico milenario de la primera fila, debilitado en las caras que aún le unen a la montaña, se desprende y rueda a trompicones pendiente abajo. Ha nacido una roca.

La roca queda en la ladera a merced de la incertidumbre ambiental: ardores diurnos, heladas nocturnas, descargas de lluvia y electricidad, oxidación paciente, impactos de otras rocas, pulido tenaz del viento... el bloque se desgasta y meteoriza. Uno de los pedazos es menos anguloso y bastante más pequeño... ha nacido una piedra.

Es bien posible que una tromba de agua venida de lo alto (o un temblor de tierra cuya improbabilidad se encarga de corregir el simple paso del tiempo) despegue la piedra de su asiento centenario y la haga rodar hasta una torrentera. Allí se reunirá con una multitud de piedras, capturadas por el cauce natural de las aguas, para sumarse a una tumultuosa carrera hacia el mar. La carrera se reanuda cada vez que se desata la furia breve del agua y se aplaza durante larguísimas treguas. Hay muy pocas reglas que respetar, sólo las de Newton. Todo lo demás está permitido: choques, erosiones, empujones, fracturas..., incluso expulsiones del cauce. Las piedras se rompen en otras más pequeñas y se redondean. El resultado puede medir unos cuantos milímetros. Ha nacido un guijarro.

Si el guijarro permanece en carrera, entonces rueda, choca y se desgasta por abrasión. Su tamaño se encoge hasta unas pocas décimas de milímetro. Ha nacido un grano de arena. Un grano de arena corre entonces un alto riesgo de quedar cazado entre vecinos de mayor tamaño y explotar en una nube de minúsculas partículas de milésimas de milímetro. La propia abrasión genera también una multitud de miríadas de tales partículas. Es el polvo.

En suma: la multitud de piedras se convierte en grava; la grava, en arena gruesa; la gruesa, en fina; la fina, en muy fina; la muy fina, en polvo... pero no es fácil llegar al fondo del mar. En cualquier momento, una partícula puede ser secuestrada fuera de la carrera por el viento o puede ser expulsada de ella por una turbulencia. En algún lugar, las partículas se acumulan y se entierran. Entonces, las fuertes presiones y las infiltraciones de agua con sustancias en suspensión y disolución compactan y cementan las partículas entre sí. Y renace la roca.

Los guijarros de la grava forman roca de conglomerado, la arena hace arenisca, el lodo fino hace limo, y el lodo finísimo, arcilla...

Muchas partículas llegan por fin al océano, al mar o a un lago. Tras la estruendosa y caótica carrera de choques sigue la sorda y disciplinada sedimentación. La partícula se va al fondo, se hunde, se compacta y se integra, como un grano más, en las entrañas de la placa continental. El continente tiene mucha fuerza y poca prisa. Tanto empuja, que el grano nacido en la torrentera empieza a ascender prisionero dentro de su estrato de sedimentación. Asciende y asciende hasta que, quizá en algún lugar del desierto, el grano vuelve a salir al calor del sol prisionero dentro de un bloque cúbico, a cientos de metros sobre el nivel del mar. Han pasado decenas de millones de años, una corta eternidad en la que muchas especies de animales y plantas han tenido tiempo para aparecer, para triunfar y para extinguirse.

A veces, uno de estos bloques se desprende y rueda a trompicones pendiente abajo. Ha nacido una roca.

El texto es de Jorge Wagensberg. Son sólo 617 palabras ¡un ahorro brutal de palabras si le compara con cualquier tratado de geología! A mi juicio el genéro que utiliza es una prosa poética. Manuel Espada por su parte sintetiza espectacularmente un tratado histórico sobre la masacre de Badajoz en una crónica taurina.

Jorge Wagensberg es físico. No es geólogo, ni geofísico y tampoco paleontólogo. Tuve el gusto de asistir a uno de sus talleres de museografía que ofreció en la Ciudad de México, hace un par de años, y me consta que no tiene las ínfulas de ciertos científicos especializados hiperreconocidos.

Jorge Wagensberg comparte con Manuel Espada, para nuestro caso, que escribieron sendas obras de divulgación (de historia y de ciencia), sin ser especialistas en ninguna de las dos fuentes especializadas sobre las cuales versan los contenidos de sus obras, y sin ser expertos en los géneros que emplearon para escribirlas. Jorge Wagensberg no es poeta.

¿Entonces en qué son especialistas?

¡Son especialistas, expertos, doctores en divulgación!

El último ejemplo (Ha nacido una roca), me conmueve especialmente porque le tengo un entrañable amor a la geología (¡ah, el amor!). Además es un ejemplo completísimo de cómo puede transmitirse un contenido científico sin terminología especializada, ¡incluso poéticamente!

Solemos creer que cuando hacemos referencia a expertos o especialistas implicados en un discurso de divulgación científica los más importantes son los científicos, expertos o especialistas; pero para mi gusto no sólo no son igualmente relevantes que los divulgadores, estos últimos son aún más decisivos.

“Es tan difícil comunicar la ciencia como hacerla” es la frase más apropiada para identificar este hecho, ¡una afirmación de Jorge Wagensberg!¡Nunca mejor dicho!

Reconocemos fácilmente a un mal cronista deportivo especializado en futbol, y lo culpamos a él si un partido, o toda una apreciación de la temporada, está mal hecha; no culpamos a los jugadores, ni a los árbitros, ni a los dueños de los equipos, ¡menos aún a la FIFA!... pero no reconocemos a un mal divulgador o comunicador de la ciencia (¡con frecuencia pésimo!), y entonces argumentamos que las matemáticas son difíciles (¿el futbol es fácil?), que la ciencia no se enseña bien en la escuela (¿el futbol sí?), que los científicos son personas raras (¿los futbolistas son “normales”?)… y más razones por el estilo.

¡Así de lejana y desconocida nos es la ciencia! ¡Y su divulgación!

Creemos, como público, que cualquier discurso con un “leve tufillo” a ciencia no sólo es divulgación de la ciencia, sino que es buena, ¡hasta excelente!

¡Falso!

Estamos llenos (¡inundados!), de malísima divulgación de la ciencia; paupérrimo periodismo científico; deplorable “ciencia para niños” (“¡amiguito, ven a conocer a las divertidas bacterias!”) y anacrónica comunicación de la ciencia. Abundan los ejemplos que se asemejan mucho más a los discursos de divulgación científica del siglo XVIII y XIX que buenas propuestas dignas del siglo XXI.

Pues bien, esto nos da pie para que el martes hablemos de la profesionalización de la divulgación de la ciencia. ¡Hasta entonces!

2 comentarios:

Concepción dijo...

Libia:
Me encantó la estructura, terminas retomando los elementos de los expertos y de la crónica. Comparto tu opinión de lo difícil que es hacer divulgación científica.

El texto de Wgensberg es demasiado poético, me recordó a esos programas educativos de televisión en blanco y negro de los 1950s en Estados Unidos. Otra vez ví las imágenes descritas y hasta me imaginé música de piano. Yo siempre leo en imágenes por eso me cuesta tanto trabajo la abstracción. Bueno, pues si, yo pensé que se trataba de un literato describiendo el nacimiento y vida de una roca.

Efectivamente, encontrar la receta ideal para escribir un texto de divulgación científica no es nada fácil, depende de la formación profesional del divulgador, de los intereses particulares y de su intensión. etc.

Quiero retomar la cuestión de los artesanos y los doctores. Efectivamente, desde la Antigüedad, las "artes liberales" han gozado de más prestigio que las "artes mecanicae". Sin embargo, el labor práctico ha sido determinante para materializar los avances de las ciencias básicas. En este sentido entiendo a los divulgadores de la ciencia como los artesanos, los poseedores de la técnica, de la práctica, que llevan el conocimiento científico generado por los doctores al público en general.

Me gusta aprender de todo ésto con tus artículos. Gracias.

Hasta pronto
M.

Libia E. Barajas Mariscal dijo...

¡A mí también me encanta el texto "Ha nacido una roca"! Yo creo que no hay recetas ideales para una "buena divulgación de la ciencia", acaso para una "apropiada", pero hasta ahí. La próxima semana es probable que en algo abordemos la idea de los doctores y los artesanos, precisamente. ¡Qué bueno que aprendes con estos artículos! No es precisamente un fin didáctico el que persigo, pero creo que de esto hay poco, o muy disperso, o ambas, y me encanta la idea de poder poner aunque sea un granito en esto de compartir el quehacer de la divulgación de la ciencia, más que el hacerla... para eso ya hay algunos, y varios muy buenos. Nos falta reflexionar más sobre sus entrañas. ¡Hasta la próxima semana!