martes, 8 de febrero de 2011

Un catecismo para divulgar la ciencia


La divulgación de la ciencia se ha valido de los medios que les son propios a los discursos públicos. En el último siglo se puede sostener que la comunicación masiva es una de sus principales vías, pero siglos atrás los medios fueron tan inusuales que hoy podríamos incluso desacreditarlos.

En una colaboración anterior abordé unas cuantas líneas sobre los inicios de la divulgación científica en romance castellano, Los inicios de la ciencia en español .

En esa colaboración mencionaba el Lapidaro, en el que se entremezcla un discurso astrológico, característico del siglo XIII, con numerosos contenidos teológicos y con un claro reconocimiento a la filosofía de Aristóteles: “Aristóteles – que fue el más cumplido de los filósofos, y el que más naturalmente mostró todas las cosas por razón verdadera, y las hizo entender cumplidamente según son- dijo que todas las cosas que son sólo se mueven y se enderezan por el movimiento de los cuerpos celestiales, por la virtud que han de ellos, según lo ordenó Dios, que es la primera virtud y donde la han todas las otras”.

De los más de quince hijos que tuvo Alfonso X, de varias mujeres, en matrimonios oficiales o relaciones casuales, se destacó su hijo Sancho IV, conocido después como “El Bravo”, debido a su fuerte carácter. Él fue quien finalmente quedó al frente del reinado de su padre. Pese al duro enfrentamiento que le valió ser desheredado y maldecido por Alfonso X, Sancho IV prosiguió con ahínco las tareas de recopilación de información de antiguas fuentes del conocimiento humano, su traducción y difusión. De entre ellas se distingue el Lucidario, publicado hacia el año 1292, después de la muerte de Alfonso X (1284). En efecto el autor no es Sancho IV, sin embargo fue a instancias del rey que posiblemente algún franciscano lo escribió (Juan Gil Zamora, especulan algunos especialistas). Ana M. Montero Moreno, en un extenso artículo, explica concienzudamente los elementos divulgativos de esta obra: La divulgación de la ciencia en el Lucidario de Sancho IV.

Es común pensar en la actualidad que las obras punteras en divulgación científica, así fueran de filosofía natural con argumentos escolásticos (como en este caso), son obras surgidas muy lejos de la península ibérica. La ausencia de estudios sobre nuestra propia historia acuña erratas que pasan de generación en generación. El Lucidario es un catecismo, estructurado como “pregunta-respuesta”, en un diálogo hipotético que aún es un recurso al que se recurre ampliamente, incluso en divulgación científica (recuerde el “¿Sabías qué…?”). Este catecismo pretendía desmitificar fenómenos naturales que suscitaban miedo, y aunque no ofrecía respuestas “científicas” en el sentido actual (como tampoco lo hacía incluso Carlos de Sigüenza y Góngora a fines del siglo XVII en México, ¡cuatro siglos después!), el objetivo era que la población no cayera en prácticas mágicas con las que afrontara fenómenos astrológicos como eclipses y cometas. La argumentación más bien pretendía alejarlos del pecado. En una parte del documento afirma: “Las luminarias influyen, pues, pero no dominando sino iluminando. Por eso quienes las observan nunca predicen la verdad con certeza sino por conjetura o por revelación demoníaca, a no ser tratándose de causas naturales dispuestas para producir un único efecto como por ejemplo los eclipses y otros efectos semejantes que un buen astrónomo puede conocer con certeza”.

¡Por supuesto ello todavía no lo aceptan como cierto los seguidores de los horóscopos!

En Francia se conoció un documento que fue denominado como el “Segundo Lucidario”, que también es un catecismo en lengua vulgar. Documentos semejantes fueron publicados también en Inglaterra. Asistimos al nacimiento del inglés y del francés, entre otras muchas lenguas vulgares. Sin embargo, Ana Montero subraya que el Lucidario “… anticipa una corriente de trabajos de enfoque similar que va a aparecer en Francia en las primeras décadas del siglo XIV y en los que se combinarían ciencia y teología. Sería pues, el Lucidario sanchino una obra puntera que anticipa el esfuerzo que se hizo en Europa por divulgar, en lenguas vernáculas y de manera simplificada, nociones escolásticas”. (La divulgación de la ciencia en el Lucidario de Sancho IV. p. 180).

Aunque el Lucidario satisface muchas interrogantes de los curiosos sobre lo que hay detrás de los fenómenos naturales, no responde todo, porque finalmente afirma que el hombre debe sujetarse a la voluntad divina y que no debemos saberlo todo, porque además de que ello es imposible, el sólo pretenderlo sería soberbia.

En las clases en las que incluyo el Lucidario, y el artículo de Ana Montero, con frecuencia todos los estudiantes se sorprenden de lo complicado que es el español antiguo (“¡Mucho más que el inglés!”, afirman). Sin embargo parece llenarlos de gusto enterarse que la edad media no tuvo tanta oscuridad como predican numerosos tratados académicos; que acaso la luz del Renacimiento inició en la península ibérica, y muy probablemente en romance castellano (claro, a la par que el latín, pero en ambos idiomas gracias a la intervención de reyes castellanos), y que finalmente ideas tan arraigadas en científicos de la talla de Kepler y Newton, como que el conocimiento de los fenómenos naturales nos acercaba a un Dios omnipotente, creador, y en consecuencia origen y final de toda la naturaleza, era una idea ya presente en la cultura occidental desde el siglo XIII… ¡una idea incluso divulgada para el pueblo en un catecismo y en romance castellano!

Si se anima a leer el documento completo lo puede encontrar en: Lucidario (Real Academia de la Historia, MS. CORTES 101). (En la imagen, Violante de Aragón, madre de Sancho IV, ilustrada en una minuatura de Cartulio de Tojos, siglo XIII).