viernes, 29 de julio de 2011

Miguel Ángel Herrera Andrade (1944–2002)




Yo aún creo que Miguel Ángel Herrera Andrade nos observa desde alguna estrella y ríe. Reía mucho, reía siempre. Tuve la fortuna de trabajar con él, en el último puesto administrativo que ocupó en la UNAM, Coordinador de Vinculación de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia. Como yo también tiendo a ser muy ruiseña, en esa oficina se escuchaban carcajadas todos los días. Tenemos algunas fotos riendo a carcajadas, la mayoría las tomó Julieta Fierro, entonces Directora de Divulgación de la Ciencia, y amiga de toda la vida del Dr. Herrera. Doctor en física, astrónomo, divulgador, aficionado al béisbol, extraordinario cantante, gran amigo y jefe… ¡también era buenísimo para los albures!

Casi siempre su atuendo era informal, de camiseta y pantalón de mezclilla, y lucía una melena, que sólo cortaba una vez al año, el día del cumpleaños de su madre, decía que ese era su regalo para ella. Sus camisetas eran extraordinarias. En una ocasión, de un congreso en Alemania, llegó con una puesta que ilustraba todos los fenómenos astronómicos, y nos explicó en la oficina, señalando en la imagen de la camiseta: “Aquí hay una supernova; aquí una estrella binaria; aquí una enana blanca”… hasta que llegó a la barriga y exclamó: “¡Y esto es una muestra de la expansión del universo!”.

Era una extraordinaria atmósfera de trabajo, porque se trabajaba, ¡y mucho!; donde siempre existió la comunicación y colaboración franca y honesta entre todos los integrantes del pequeñísimo grupo.

El Dr. Herrera era muy observador con respecto al carácter y gustos de cada persona, todas las personas, desde quienes limpiaban las oficinas hasta el cónsul de alguna embajada; sabía cómo atenderlos e interactuar con cada uno de acuerdo a la ocasión. Siempre traía a todas las integrantes de su equipo algún detalle de sus viajes, el obsequio perfecto. Conservo con aprecio unos aretes fabricados con lava del volcán Etna, argumentó que era el regalo ideal para una mujer a quien le encantaban los aretes y la geología.

El último día que estuvo en la oficina dejó todo atendido, porque saldría de viaje, a una presentación de su padre, el director de orquesta, compositor, pianista y violinista, Luis Herrera de la Fuente. Era un día tan agitado como cuando empezaba la temporada de béisbol y dejaba todo arreglado con tiempo para asistir a los juegos: “Libia, hay que cerrar el abarrote temprano”, decía.

Aquel lunes que no llegó a la oficina fue un día extraño. Casi siempre llegaba entre ocho y nueve de la mañana. Al medio día aún no había llegado. Nunca volvió a abrir el abarrote.

En el recuento de los hechos históricos existen pocos seres humanos que por sí mismos hayan causado alguna mella especial en el devenir de ciertos acontecimientos, aún dentro de un grupo o gremio bien definido y acotado. Miguel Ángel Herrera Andrade con seguridad fue uno de esos seres humanos, su presencia, pero sobre todo, su ausencia, durante un proceso coyuntural dentro de la divulgación científica en la UNAM y en México, marcó el devenir de la historia reciente de este gremio. La mayoría de los divulgadores científicos de la UNAM coincidirán en afirmar que si no hubiera muerto otra sería nuestra historia.

Miguel Ángel Herrera Andrade murió junto con su esposa en un accidente de carretera el 29 de julio de 2002.

Algunas semanas después se le brindó un homenaje en el auditorio de Universum, el Museo de las Ciencias. Una sola persona no ha reunido nunca a tanta gente, de todos los niveles sociales, de todos los gremios… todos amigos y admiradores de Miguel Ángel Herrera, incluso estaba ahí su voceador de confianza, quien le vendía el periódico todos los días.

A nueve años de su muerte existe un aula con su nombre en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia y un premio que otorga la Sociedad Mexicana de Divulgación de la Ciencia y la Técnica; y hay un gran hueco que nadie ha llenado en la divulgación de la ciencia en México.

(En la foto, de izquierda a derecha: Ignacio Castro, Juan José Rivaud Morayta (1944-2005), Alexandra Sapovalova, Miguel Ángel Herrera Andrade (1944–2002) y Verónica García. Yo estoy detrás de la cámara).

viernes, 22 de julio de 2011

San Miguel del Progreso, en Puebla... la distancia entre los discursos y las realidades



Algún día iré a San Miguel del Progreso, en Puebla. Irónico nombre para una población que se dice la más pobre de México, según los “papelitos” que reparten algunas personas en el sistema de transporte colectivo Metro, en la Ciudad de México.

La llamada “literatura gris” siempre me ha causado una particular impresión. Son como las historias que viajan de boca en boca y que a la postre pueden convertirse en milenarias leyendas. Después de centenares de años nadie sabe con certeza cómo empezó todo, quiénes fueron los autores, por qué empezó, aunque se pueda constatar el impacto de algunas historias en las culturas de los pueblos, o incluso del mundo entero, como lo ha sido la mismísima biblia (¡Oh!, el corrector de la computadora me señala con rojo la palabra, ¿qué tengo que escribir con mayúscula la primera “B” de “biblia”? ¡Caray, así de grande es el impacto!).

Los papelitos, panfletos, folletitos, volantes, plieguitos, o simples copias, son un tipo de impresión del que se han valido, principalmente, los grupos sociales que no están en una posición de poder que les permita con más facilidad acceder a medios más sofisticados y acordes a las normas; de hecho, con frecuencia, si no tienen fines comerciales, son generados por grupos subversivos contrarios al sistema imperante. Dado que precisamente son de “grupúsculos”, o se ven simplemente como basura, pocas veces se conservan.

Yo he colectado desde hace más de cinco años unos papelitos como los que coloqué al inicio del blog. Tengo casi 40. Procuro anotar en cada uno el día que lo colecté, en donde y una somera descripción de a quién se lo compre (una mujer, un niño, un hombre mayor, etc.).

La gran mayoría indican que vienen de Puebla. Muchos, realmente muchos, son de San Miguel del Progreso, donde al parecer siempre han estado mal. El Huracán Dean los azoló en agosto de 2007, como se lee. En otro papelito (no está aquí), dice “… nos afectó ceniza el día viernes 8 de enero del año 2010 todo seco el café y las milpas nos dejó sin nada…” En el año 2011 intensas lluvias. Parece que San Miguel está condenado a no tener progreso...

Para colmo de males revisé qué aparecía en el buscador. En un sitio especial que parece ser turístico presentan a San Miguel del Progreso, y describen así a su población indígena: “Habitantes indígenas en San Miguel del Progreso. 1960 personas en San Miguel del Progreso viven en hogares indígenas. Un idioma indígeno hablan de los habitantes de más de 5 años de edad 1602 personas. El número de los que solo hablan un idioma indígena pero no hablan mexicano es 397, los de cuales hablan también mexicano es 1197”. Ni hablar del discurso visual, coloco aquí la foto.



¡¿Quién redactó eso que está en internet?! Acaso la misma persona que escribió los papelitos que traen a la Ciudad de México para pedir dinero en el Metro. Como podemos ver hasta este punto, son contradictorios los discursos de los papelitos con cuando menos la foto publicada en internet, y con seguridad si acudimos a la realidad los hechos serán diferentes. La foto es hermosa, incluso muestra "progreso", observe la parte superior izquierda de este última foto, hay una antena de SKY.

Sin embargo, parece que van “mejorando” mucho en su discurso las personas que vienen a pedir dinero en el Metro. Uno de los últimos papelitos que recibí es como el verde (no, no está mal su monitor, el color es así, de “ese” verde). Sólo habla de la sierra norte de Puebla y su argumentación está más elaborada: “… pero somos el resultado de una historia que un gobierno nos esclavizó durante quinientos años.”

Tengo papelitos escritos a mano, de todos tamaños, colores, tipografías y prácticamente todos están impresos en papeles de colores chillantes (amarillo, morado, rojo, azul, naranja y por supuesto, verde). Estadísticamente la gran mayoría explican que vienen de Puebla.

Algún día daré mi siguiente paso e iré más allá del papelito: dialogaré con alguna de las personas que los entregan en el Metro, o más aún, iré en busca de esa paradisíaca palapa que aparece en la fotografía, iré a San Miguel del Progreso, en Puebla.

Entonces les contaré.